Que tu ejemplo sea
hilo de pólvora
de futuras generaciones.
No solo te fue salvadora tu cultura libresca,
tu conocimiento de gentes e historias,
sino que puso en jaque la codicia del califa,
la sed de venganza mezclada de sexo
cual fuera una amantis religiosa hombril.
Tu inteligencia te fue salvadora, también.
Supiste dosificar cual pipeta maestra
las dosis de tus elixires
para mantener el encanto de la bestia,
bestia sedienta de sangre y semen,
bestia que se enzarzó en una zarzamora
maraña de locuras y vicios
que dejarían mal parado al simpar Quijana,
en una irrealidad que desdeña la del molino
de viento, quedando esta en una chiquillería
de esas que gastan los infantes de plaza.
Tu capacidad de intriga se ofrecía a la historia
de la ficción como el suspense de Hitchcock
—avant la lettre—, como las espadas
en todo lo alto que pretende el consejo
publicitario de una emisión televisiva.
Ella ya lo hizo allende el tiempo
con una docencia y habilidad que excedían
—de largo en leguas— la perspicacia
del minotauro que yacía en su torno,
sustrayéndolo a la postre del manjar
de su cuerpo y de los cuerpos vibrantes
y opulentos de la ciudadanía femenil
que se asentaba en sus contornos.
Fue una muestra de valentía y agudeza
sin pares en la mentira de los libros.
Vaya este homenaje a una gran dama,
y señora, Tesea entre chilabas y alcoranes.