Que inquietante el taladro de la duda
en la cabeza
que tortura, caminando en los recuerdos
imborrables
¿quién soy yo para desdibujar
las marcas de las uñas,
tus besos vaginales
y los cabellos que olfateaste
tras noches anteriories?
Si los celos me carcomen
cuando entras a casa
te recuestas a mi lado
y he callado.
Tus manos tibias me cobijan
una sábana silenciosa
donde he guardado nuestro sexo
y olvido todo.
¿Qué puedo prohibirte
si el néctar de tu piel
y el lagrimeo de tus poros
dice nombres que no conozco?
Me vuelvo cristal y ante tu mirada
estallo
y mis pedazos se consuelan
solitarios en la almohada,
la que reproduce la canción
del llanto.
Pasan las noches y pretendo escribir
para consolarme
pero, olvidé mi nombre
y mi historia
y me mofo de la dignidad
y arrincono mi tristeza,
a veces se me olvida que la tengo
nada importa
mientras vuelvas a casa.