Evito esa calle de casas viejas
y la polvorienta oficina
donde un anciano almidonado
legalizaba el papel del adiós.
Estrellitas de colores
tiritaban en tu cara
que ya se borra.
He prorrogado
(en vano)
la humilde espera.
Le aposté al miedo
y gané.
Perdí la gracia
feliz de mi infancia
y me sumergí
de cabeza
en el incesante pozo
de este exilio.