Cuando vi tu sonrisa me embargó la desazón:
me subyugó, me noqueó, me avasalló,
me sometió, me adormeció, me doblegó.
Me prometí habiendo perdido ya la razón;
amarte con cada latido de mi corazón,
consciente de cómo mi lujuriosa alma ardió
en aquel instante que la eternidad pareció,
que a mi piel trascendió como una quemazón.
Y bien sabe Dios que ya no he vuelto a ser el mismo,
tras ese glorioso, pero moribundo día
que me persigue como una hermosa maldición;
ya que aún sigo buscando en el oscuro abismo
una sensación similar a esa melodía
que, amargamente, sé que fue pura ficción.