Mi finca era muy hermosa: una casona de techos altos, grandes ventanales, pisos de mármol, muebles de madera tallada con intrincados diseños sus techos de teja coronados por cúpulas le daban un aire de mezquita, estaba amueblada y decorada sobriamente pero con buen gusto, las balaustradas de sus balcones miraban a huertos bien podados y jardines coloridos, una laguna de aguas turbias demarcaba los límites, éste es el mundo donde inició mi existencia hace treinta años y del cual salí a los seis años con el fin de recibir mis primeras enseñanzas académicas y a donde regresé cuatro años después, cuando me expulsaron del internado por despertar a toda la escuela con mis gritos a medianoche, ocasionados por pesadillas que no era capaz de recordar. No sé si el ambiente escolar incubó esas pesadillas que salieron en profusión dos meses antes de que me expulsaran, los médicos del internado intentaron descubrir la causa de mis sobresaltos sin resultado, averiguaron que en mi finca yo no era el único niño, pero sí el único hijo del patrón y por los antecedentes de mi madre los peones procuraban mantener a los suyos alejados de mí, razón por la cual no me acostumbré a relacionarme con chicos de mi edad ni a ser partícipe de sus juegos, comportamiento que abarcó a mis compañeros de escuela, a los cuales más bien detestaba con elegancia, no sentía hacia ellos deseos de camaradería, que tampoco yo les inspiraba, mi apatía y mis evasivas me libraron también de ser blanco de ataques y burlas despiadadas o al menos eso creí, lo cierto es que al inicio de las pesadillas ellos fueron los atemorizados, seguramente sospechaban que me encontraba poseído por algún mal espíritu y respiraron aliviados cuando los médicos del internado me hicieron todo tipo de exámenes hasta que decidieron entregarme a mi padre sugiriéndole que mejor me tratara un psiquiatra ya que ningún mal físico fueron capaces de encontrarme, él se enojó, pero nada pudo hacer para que mi aprendizaje continuara en ese lugar y tampoco quiso probar en alguna otra institución, seguramente para evitarse otra vergüenza por lo que decidió contratar un profesor particular con quien terminé la educación básica y acondicionó una habitación como aula y biblioteca, la cual con el tiempo se llenó de diversos volúmenes, entre comprados, donados o rescatados, ese era mi lugar favorito, rodeado de historias donde personajes audaces grabaron su nombre en sus páginas, donde ideas ridículas en su tiempo dieron lugar a avances e inventos hoy cotidianos, había toda una gama de temas con los cuales podía distraerme sin necesidad de cercanía humana por horas.
En la finca las pesadillas aparentemente dejaron de atormentarme, pero empecé a desarrollar una repulsión al anochecer que con el tiempo se intensificó obligándome a dormir con la luz encendida, era como un presentimiento, un miedo a que algo se introdujera en mi sueño, la incertidumbre de que aquéllo pudiera dañarme de alguna manera aprovechando las sombras, era tanto el temor que en algún momento la luz no fue suficiente, también necesitaba sonidos, sonidos que camuflaran la presencia que yo presentía sólo conseguía dormitar unas cuantas horas, papá siempre pensó que con el tiempo, buenas amistades y el aire puro de la finca podría llevar una vida normal, me alentaba, me enseñaba lo necesario para mantener estables nuestras ganancias, así él se distraía administrando y animándome a viajar, a conocer muchachas y formar una familia, pero en mi mente había lagunas, mi niñez parecía sumergida en una bruma de la que emergía cada día un poco más crecido, con poco más de conocimiento del mundo pero sin pertenecer a él, siempre quise indagar más acerca de mi madre, cómo mi padre la había conocido, el por qué no habían celebraciones en la finca, por qué todos los días con sus respectivas actividades parecían una calca del anterior, pero todas esas interrogantes que le caían en cascada le entristecían, y con voz apagada me contestaba que él la había conocido durante un viaje y la atracción fue recíproca, regresaron a la finca ya casados, cosa que ni su familia ni la familia de ella les perdonaron, pues los de él la consideranan inculta y vulgar y los de ella eran demasiado conservadores para aceptar un matrimonio precipitado con un desconocido ajeno a sus costumbres. Pasó el tiempo y mi madre comenzó a padecer una fuerte depresión porque no lograba engendrar un hijo, desafortunadamente cuando lo logró ya su mente estaba perturbada y una noche aciaga se ahogó en la laguna, entonces bajaba la mirada llegando casi al llanto, eso me hacía sentir culpable y prefería ocuparme en alguna otra actividad hasta que después de un rato él me buscaba con su sonrisa de siempre y volvía a ser el hombre alegre y bondadoso que gozaba cabalgando conmigo todas las tardes, yo crea ser feliz a pesar de su ambigua información acerca de mi madre, lo que me quedaba claro fue que la amó profundamente, en las en las escasas fotografías guardadas con celo pude comprobar que fue una mujer hermosa, de grandes ojos negros, piel ambarina y larga cabellera, lucía bellos vestidos que realzaban su breve talle, redondeadas caderas y bustos, sin embargo su mirada era triste y ausente, una breve sonrisa le daba aire de misterio, en mi imaginación le cambiaba el vestuario; a veces como bailarina de ballet, con un primoroso tutú, otras como andaluza, ocultando su rostro hasta la altura de los ojos con un abanico, también como odalisca, como campesina rusa, como india cheyene, como hawaiana pero ninguno le sentaba tan bien como el de gitana, con su paliacate ceñido a la cabeza y su falda amplia que hipnotizaba con el movimiento de sus caderas, podía escuchar sus pulseras al chocar entre sí y una risa amplia, como la que negaba en las fotos, quizá lo que le hacía falta después de todo, era precisamente eso: era trepar en un carromato para recorrer el mundo en ferias populares.
El tiempo corría y creí ser feliz a pesar de mi aislamiento, a pesar de las lagunas de mi mente que comenzaba a borrar los rostros de mis parientes, los recuerdos de sus visitas esporádicas y breves, algunos de los cuales ya habían fallecido o crecido pues desde niño ya no los veía, a veces fantaseaba y confundía a las personas que llegaban a tratar negocios con mi papá o a los vecinos que llegaban a conversar sobre asuntos triviales, reuniones en las que él insistía para que yo estuviera presente y aprendiera a ser hospitalario y cortés. Siempre me consideré una persona muy tranquila, algo desapegada de la realidad pero inofensiva, con posibilidades de llevar una vida recatada y decorosa.
Un día el caballo de mi padre se encabritó inesperadamente cuando rodeábamos la laguna, y él, desprevenido fue lanzado contra una roca, lo que ocasionó su muerte instantánea, yo lo vi tendido, con el hilillo de sangre corriendo desde la nuca, estaba paralizado, sentí la bruma que me envolvía, fría y espesa, congelando el instante, instantes rotos después de un tiempo que me pareció eterno, hasta que algunos peones se percataron del suceso y se encargaron de levantar a mi padre, yo dispuse de su entierro, sin una sola lágrima, y con escuetas y breves palabras durante todo el velorio, ni los abrazos ni las palabras de peones o familiares que asistieron, tal vez con el alivio de cortar de una vez todo lazo pudieron sacarme de ese estado, desde entonces dejé de montar, tenía entonces veinte años y mi temor por las sombras empeoró al grado de buscar compañía nocturna por cualquier medio, no podía tolerar la casona con sus habitaciones oscuras y silenciosas por tantas horas así que organicé veladas por las noches para las pocas amistades con que contaba, los seduje con mi bien surtida biblioteca, música variada, una mesa de ricos bocadillos y vinos y licores de calidad, al principio siempre lograba convencer a alguno de pasar la noche en casa y de esa manera su sola presencia y la luz de mi habitación encendida me daban cierto sosiego, para ese entonces comencé a pensar que terminaría envejeciendo en mi finca sin cura para mi fobia ni con más compañía que la de mis sirvientes, después ya no fue necesario convencer a nadie de quedarse, siempre había alguno con motivos para hacerlo, a veces llegaba acompañado expresamente para ello, a mí eso no me molestaba en absoluto, aunque tenía mucho cuidado de ocultar mis verdaderas razones, después los acompañantes de mis invitados se empezaron a multiplicar hasta que las veladas se hicieron más animadas, para todos menos para mí, yo, siendo anfitrión terminé por deambular de un lado para otro entre grupos desconocidos que me ignoraban cortésmente, pero eso tampoco me importaba, mientras más ruido hubiera mejor, ellos me hacían un favor sin saberlo y todos contentos.
Mi tranquilidad se alteró una tarde cualquiera, yo estaba sentado tomando el té en la biblioteca cuando entró Darío, nada más de verlo supe que se trataba de alguien familiar a quien no veía desde hacía muchos tiempo (mi memoria era tan volátil que no podía retener por mucho tiempo los rostros de las personas); me dio un breve saludo y tomó un libro de geografía, su favorito, no lo esperaba y menos con su descortés actitud, así que le pregunté quién era y donde había estado todo ese tiempo, Darío me contestó sin levantar la vista que su viaje lo había cansado pero ya no se iría más, ello no contestaba mi pregunta así que insistí para que fuera más específico, pues si había tardado tanto en regresar también tendría mucho por contar, pero no me hizo caso y siguió su lectura, en cuanto a mí, que había vivido solo tanto tiempo pensé que me resultaría difícil una invasión a mi intimidad, pues una cosa eran las veladas nocturnas y otra diferente compartir mi espacio durante las horas diurnas sobre todo cuando tengo tan poca; porque fuera de atender la quinta y realizar las diligencias, mis pasatiempos los realizaba en silencio, cosa que mis sirvientes respetaban desde la muerte de mi padre; en cuanto a mis veladas, éstas ya eran muy conocidas y concurridas y mis invitados sincera o hipócritamente las halagan como las más elegantes y amenas del lugar, en lo personal me considero de gustos refinados y procuro tener bocadillos en abundancia, licores y vinos de calidad, en cuanto a la música he logrado combinar sabiamente la alegría, el romance y la nostalgia para conseguir una sensación de pesar a cada invitado que se retira, por lo general cuando ya el sol ha aparecido por completo.
Como he dicho, la oscuridad de la noche me provoca un miedo irracional que no he querido compartir con siquiatras, por la sencilla razón de que ellos nada pudieron hacer por mi madre, papá lo repetía incesantemente, considerándolos a todos como inútiles y ladrones, su muerte es un recuerdo confuso, su imagen pálida flotando sobre las aguas en la bruma y a la luz de la luna llena me persigue durante el sueño, papá pensó que yo no lo presencié y yo nunca se lo confesé, por eso siempre creyó que mis pesadillas no tenían nada que ver con ella, después de todo mamá siempre fue como una sombra en la casa: no sonreía, no se oían sus pasos, hablaba sola en murmullos casi inaudibles y se la pasaba mirando las rosas del jardín, papá a veces se sentaba a su lado y acariciaba su mano, sus mejillas, pero ella permanecía callada y ausente, en cuanto a mí no recuerdo ningún beso o abrazo suyo, a veces la seguía, como un perro faldero, en ese entonces yo no conocía el miedo y deseaba sentarme en su regazo para saber cómo era su voz y mirarle los ojos, pero siempre me evadía por eso pensé que no los tenía, que los suyo eran dos preciosas cuencas vacías que podía rellenar en mi imaginación con relojes de pulso, con carbones encendidos, con canicas, con guayabas, o simplemente dejarlas así, huecas, llenas de una insondable oscuridad donde yo podía meter mi mano y sacar pañuelos de colores o golosinas, otras veces me parecían dos cuevas de donde salían bandadas de murciélagos, enjambres de avispas o ejércitos de arañas que cubrían toda la casa mientras los criados gritaban y corrían a esconderse donde pudieran mientras yo reía y brincaba tratando de alcanzar la plaga en el aire agitando un abanico, un plato u otro objeto si volaban o pisoteándola si eran rastreros. Pues bien, mi madre murió sin que pudiera llamarle conscientemente madre y papá se hizo huraño y sobre protector conmigo, mis tíos y primos fueron frecuentando la casa cada vez menos debido a ello y él siempre parecía estar muy ocupado para visitarlos, yo, a pesar de la vastedad y belleza de la finca sentía una melancolía insondable, más aún cuando me acercaba al jardín de donde sobresalían los cuatro hermosos rosales: uno rojo encendido, otro amarillo pálido, otro rosa intenso y el último blanco como la nieve, para mí mirarlos era a la vez hermoso y amargo, a eso se agregaba un incipiente pavor cuando el sol comenzaba a declinar, siempre he tenido deseos de cortar esos rosales, pero le prometí a papá que no lo hacerlo pues eran casi una réplica de mi madre según él, esa parte no la entendía entonces.
Como he dicho, las veladas al principio comenzaron con algunas amistades del rumbo, luego ellos fueron trayendo a su vez otras amistades hasta convertirse en una muchedumbre dividida en grupos de acuerdo a sus preferencias, y aunque algunas ocupaban su tiempo en orgías discretas no incomodaban a nadie, los temas eran muy variados y entre música y bocadillos se planeaban y desbaratan conspiraciones, se escribían y satirizaban libros, se palpaban y vibraban cuerpos, se reía a carcajadas o se lloraba a mares, mi quinta se hizo el sitio de reunión preferido de los más extravagantes personajes, lo cual era placentero para mí pues la noche transcurría en un parpadeo y podía recuperarme con unas cuantas horas de sueño durante el día.
Irónicamente, para todos los invitados lo más hermoso de la quinta eran la laguna y los rosales, y cada vez que los halagan yo procuraba desviar su atención hacia asuntos menos personales, aunque debo reconocer que independientemente de las sensaciones tan desagradables que tengo de ellos son lugares casi mágicos, las leves ondas de la laguna sólo son interrumpidas por una familia de cisnes llegados quién sabe de dónde y que tampoco me gusta mirar porque me imagino el cadáver de mi madre multiplicado por cuatro flotando inerte como esa noche, sus antifaces negros me recuerdan sus cuencas vacías y si no me atreví a exterminarlos fue para no convertirme en asesino múltiple de difuntos, más de una vez los ofrecí como regalo entre los invitados a quien pudiera atraparlos pero los malditos parecían advertir sus intenciones pues se esfumaban cuando el interesado en turno llegaba equipado con la intención de llevárselos, así pues tuve que tolerarlos como parte de la finca; alguna vez intenté venderla e irme lejos e iniciar otra vida, pero no lo conseguí, los compradores sufrían algún percance antes de iniciar las gestiones y tratándose de mi única posesión me resultaba impensable arreglármelas sin otros recursos que me proporcionaran la vida holgada que siempre había llevado, así pues las veladas fueron mi último recurso para mi problema, y durante un tiempo fue el estilo de vida perfecto para mí.