¡Jesús! He aquí
esta copa que te brindo,
plegaria con que me rindo
a ti, sobre todo el mundo
reinante, para fecundo
fruto ser.
Hubo quien de ti me habló.
Confié ávido por verte,
pero mi vista nubló
este deseo insolente
de más saber.
¡Jesús! De ti huí.
Aunque mi acción te agradara
yo de espaldas a ti actuaba.
Sólo tu amor me salvó
cuando, frente a mí, se abrió
honda sima.
Tu mano en mi hombro posaste,
me volví mientras te oía,
aun sintiéndote delante,
verte, aún no permitían
lágrimas mías.
Ahora, que en ti descanso,
de tu intervención preciso
para que este tiempo aciago
sea de una vez concluído.
A ti mi tiempo dedico.
Hoy mis manos yo te ofrezco
guiadas por tu pensamiento
y a nadie más que a ti sirvo.
Contigo todo es posible.
Basta una palabra tuya
para que las aguas fluyan.
Mas sin ti nada es posible.
Esta copa de plegaria,
que mis manos la conforman,
va rebosante de gracias
porque de todo me colmas.
Basta una palabra tuya
para iniciar otro tiempo,
que para tu gloria entrego
y, por fin, éste concluya.