Al caprichoso albur de un duermevela
se desvelan callados los secretos,
aquellos que se ocultan tras la tela
que cubre sus divinos vericuetos.
Y excitado me erijo en centinela
de todos sus delirios indiscretos,
escoltando su carne pudorosa
con mi espada blandiéndose orgullosa.
Y en sus pieles, pintadas de canela,
y en sus ojos que miran tan coquetos,
mi cuerpo estremecido siempre vuela
en busca de caprichos que son retos,
persiguiendo el destello de la estela
si brillan en la cara muy inquietos
los iris de la ninfa más hermosa,
la dermis de esa niña que es mi diosa.