Cesar Busso

La deshonra

LA DESHONRA

Don Alberto Perotti era un espía recién retirado del servicio de inteligencia secreta. Disfrutaba de sus días como jubilado en una estancia junto a su esposa, con la que llevaban juntos más de 40 años.

Había estado en diversas misiones, alguna que otra fuera de los límites de la frontera nacional.

En ciertas ocasiones, enfrentó tales desventuras que lo dejaron cara a cara con la muerte.

Infiltrarse en organizaciones criminales era su especialidad, no obstante, las cosas no siempre salían como él quería.

La convivencia cotidiana con el alto riesgo a morir, forjó en Alberto una personalidad recia, de escasas sonrisas y extrema firmeza; de esta manera, labró una exitosa carrera como detective durante 25 años, luego de la cual, se retiró con todos los honores que derivan de haber servido a la seguridad del país.

En una de esas frescas mañanas en las que solía disfrutar del aire libre en el jardín de su casa, su teléfono sonó. Se trataba de su viejo camarada Luis, quien ya se encontraba próximo al retiro.

El inusual llamado no suponía sólo un saludo, Luis necesitaba ayuda y sin pensarlo se tomaba el atrevimiento de dirigirse a Alberto.

Se trataba de una de las tantas misiones de investigaciones, pero ésta se estaba dilatando más de lo normal, y Luis era consciente de que dicha demora podía derivar en un llamado de atención, o incluso, en su remoción del caso.

A grandes rasgos, no parecía una misión tan difícil como las que Alberto había sorteado por más de 20 años, ya que debían vigilar a un tal Carparini, sospechado de venta ilegal de algo que no sabían qué, pero que estimaban se trataba de drogas o armas, como en la mayoría de estos casos.

El inconveniente era que Carparini se mostraba poco, no tenía una agenda sistemática de horarios, con lo cual, se hacía muy difícil seguir un hilo conductor en la investigación.

Luego de unas semanas de meditarlo, Don Alberto Perotti decidió ayudar a su compañero de toda la vida, era más una cuestión de honor que de dinero.

Así, comenzaron con algunas tareas de inteligencia, aunque todas vanas, ya que Carparini ni siquiera asomaba por la puerta de su casa, ni mucho menos por las cercanías del barrio.

Decidieron acudir a una estrategia bastante frecuente en estos casos, la del monitoreo full time; 24 horas diarias de vigilancia, alternando el turno de las brigadas.

Pronto, el infalible sistema comenzó a arrojar los primeros resultados positivos, ya que el grupo que cubría la franja horaria de 00:00 a 08:00 hs. logró visualizar a Carparini por la madrugada. Fue en una fría noche, donde el sospechoso bajó de un auto gris y entró corriendo a su casa.

Pasaron algunos días sin novedades hasta que la misma patrulla nocturna tuvo la oportunidad de volver a avistar al sospechoso, esta vez, saliendo de su casa con una mujer, que consideraron, se trataba de su pareja; ambos tomaron un taxi y desaparecieron con rumbo incierto.

Al término de casi 2 meses de investigación, el comando de inteligencia detectó que los fines de semana el hombre no salía de su morada, de hecho no existía movimiento alguno de personas que entraran o salieran del fisgoneado lugar.

Este último relevamiento les sirvió para organizar el plan de allanamiento a la vivienda.

De esta manera, los sabuesos conformaron la lista de los integrantes de la brigada interviniente y planearon la estrategia para actuar de madrugada.

Llegado el día, el grupo comando procedió con suma eficacia, irrumpiendo, como se había planificado, en las primeras horas de un calmo sábado.

Los gritos amenazantes de los efectivos espantaron a la horrorizada familia, que se componía de Carparini, su esposa, una nena de apenas 4 años y un adolescente de aproximadamente 16, el cual se encontraba postrado en una habitación adaptada especialmente en el living de la casa. El joven tenía conectada en su brazo una guía de suero, y también contaba con una mascarilla de oxígeno que le ayudaba a cumplir con la vital función de la respiración, tan normal para algunos, que ni siquiera reparan en la noble tarea que desarrolla el organismo incansablemente, a lo largo de toda una vida, sin feriados ni vacaciones.

Ante tal escenario, Alberto y Luis, los cerebros de la operación, siguieron el protocolo que exige toda investigación y dieron la orden de revolver toda la casa.

En un destello de coraje, Carparini se atrevió a preguntar a uno de los jefes el motivo de tan abrupta y salvaje acción, recibiendo como respuesta un garrotazo a la altura del muslo, que le indicaba debía continuar en el suelo y con las manos en la nuca, como quien se prepara para realizar una sesión de espinales.

El allanamiento duró aproximadamente unos 45 minutos, arrojando como resultado una total esterilidad de elementos ilegales.

Fue en ese momento, cuando la esposa se levantó con lágrimas impotentes, de esas que denotan dolor, pero dolor del alma, que  según dicen, suele sufrirse más que el corpóreo; y tomando aliento, logró soltar de lo más interno de su ser algunas exclamaciones:

-Incompetentes! Cobardes! Metiéndose con gente trabajadora, con familias inofensivas!

Atónitos y algo desconcertados, los oficiales se miraban no hallando explicación. Habían proyectado una misión ingenua, ineficiente.

Carparini era un hombre trabajador, con una familia normal que tenía un componente anormal, si es que lo podemos llamar así: La de un hijo con una enfermedad incurable, que precisaba de cuidados y medicación especial.

Era por esto último, que en algunas oportunidades debían salir de prisa a la farmacia de turno más cercana, en busca de inyecciones para los dolores.

También el escenario descripto, explica como Carparini y su familia no disponían de horarios rígidos; por ejemplo, el hombre contaba con un diagrama de asistencia especial en el trabajo, que le otorgaba la necesaria flexibilidad por si acontecía una urgencia, palabra que era un integrante más de la familia.

Con los rostros avergonzados y mirando hacia abajo, a la nada misma, la brigada emprendió el retiro, quedando la casa en un desorden comparable con el paso de un tornado o algún cataclismo similar.

Luis palpitaba la escena más vergonzosa de toda su extensa carrera; y Don Alberto, observaba opacada su extraordinaria trayectoria ante tal deshonrosa situación, porque si bien su legajo era inmodificable por estar jubilado, hay hechos en la vida que suelen manchar más que a un simple recorrido profesional, porque atacan nuestro orgullo, a ese ego que se esconde tras nosotros y nos priva de humildad.

Esto mismo es lo que ocurrió con Don Perotti, había participado de un procedimiento vano, inútil, contra una familia sufrida que llevaba un modo de vivir bastante particular.

La deshonra se adueñó para siempre de su disciplinada persona.