La cuesta lenta, pesada, sofocante y empinada
me dice que está ahí, desde siempre,
para que subamos.
La cuesta con su catálogo xerófilo de matorrales,
espinos, cactus, epífitas y suelo de hojarasca añeja.
La cuesta que cuesta subirla sin denodado esfuerzo;
como la vida,
que una vez abordada se vuelve deseable cotidiana.
Por eso subo cada vez que deseo llenarme de montaña,
encantarme con el canto de las aves del alba,
recordarte entre la umbrosa arboleda desnuda,
casi ninfa contemplando la fuente Castalia
que nos dejó la lluvia.