“Cuando la zona era virgen . . .”
En cada gota del lago
hay historia, hay empalago,
leyenda, recuerdos vivos,
ensueños, sendos motivos:
Sucedió hace mucho tiempo
entre soplidos del viento,
Curicaveri, testigo
de todo esto que les digo.
En épocas harto remotas
en las áreas más ignotas
de la extensión michoacana,
en su época temprana.
Cuando era imberbe natura
y p’urhépecha cultura
todavía no florecía,
cuando existencia nacía.
En lo que fuera un buen valle,
para dar mayor detalle
de floreciente belleza,
fértil, donde la entereza.
De primeros habitantes
sedentarios muy pujantes
los llevaba a ser felices
germinando en sus raíces.
Fue un día en que, entrada la tarde,
“la cosa se puso que arde”
porque Eolo huracanado
bufó a “pulmón desatado”.
Sobre de los cuatro puntos
cardinales con barruntos
de que algo iba a suceder,
de inminente acontecer.
Cabe mencionar, por cierto,
el miedo, el desconcierto,
que las ráfagas primeras
inusuales, duraderas.
Causaron entre la gente
que, ante el peligro latente,
se espantó y despavorida
huyó como en estampida.
Junto con los animales,
a ciertos aledaños lares
implorando, al fin, clemencia
a los dioses su indulgencia.
Magia, presagio de abrojo,
el cielo pintó de rojo
desprendiéndose gran masa
ardiente, roca argamasa.
La cual, con terrible estruendo,
el de un bólido tremendo,
pegó de forma muy fiera
entre sembradíos, en tierra.
Siguió al duro cataclismo,
terremoto, intenso sismo,
que hizo tambalear los montes,
las colinas y horizontes.
Ese lugar, hoy tan sagrado
después fue bien bautizado,
como preludio de dicha,
con las voces “Huecoricha”.
“Huecorencha”, también “Huecorio”,
“lugar de la caída”, exordio
de formación de arroyuelos,
de veneros en los suelos.
Abiertos desde su entraña,
líquida, divina hazaña
de “ojos de agua” cristalina
dulce, prodigiosa mina.
Que conformaron el Lago
de Pátzcuaro, tierno halago,
que a la región dio más vida
después de la tal caída.
Aliviando, al fin, el trauma,
pues, reforzó flora y fauna,
con tul, zacate, chuspata,
vegetación toda grata.
Humedales, peces, lustre
de este sitio tan ilustre,
endémicos del caudal
thirus, acúmara, charal.
Urápiti, chehua, achoque,
todos milagroso brote
para bien del ser humano
desde entonces fiel hermano.
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda Huecorio, Pátzcuaro, Michoacán de Ocampo, México, a 24 de octubre de 2020
Dedicado al Maestro Melchor Ramos Montes de Oca (QEPD)
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