Alberto Escobar

Antitéticos

 

No me ensombrezcas tu mirada,
eterno e imperecedero maestro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tal cual los insectos acuden al candil de un sol mentiroso
así acudieron —malnacido, farsante e inmunda ralea de
faltos de seso y talento— una caterva de facinerosos de
las letras ajenas, un ejército despiadado que en tropel
arrasaron contra todos los manuscritos que circulaban bajo
las luces de Gutenberg y se dieron a la pluma deseando
ración de la gloria bienquista que otros ganan con el sudor
de su frente.
Mirad qué rápidos se dieron al cartapacio y la pluma cuando
sonaron las trompetas de la fama a colación de mi Quijote,
osaron entrometerse en las vidas de mis hijos y anticipar
a su creador las aventuras y malandanzas que debían sazo-
nar las mieles que ya por mí fueron recolectadas, que segui-
ría sin duda en ello.
Tuve que salir —sin previsión ni pensamiento que se me
vinieran a las mientes— a la prosecución del camino que
la circunstancia quiso que cortara hace unos años, y terciar
a las tropelías que un dicho Avellaneda —de nombre dicen
Alonso o Alfonso y de natural aragonés— está perpetrando
y ya perpetrado porque se dice que fue dado a la imprenta
en el año del señor de mil y seiscientos y catorce, y que —
en está continuación que mi magín esta pergeñando—
desmentiré a manos llenas para consumar su desprestigio.
Dice que mi Quijote se llegó a Zaragoza a cumplir unas
justas caballeriles; pues yo, para su desdeño y errata, lo
desplazaré a la ciudad condal para colmar allí su apogeo
como caballero andante y perecer a manos de un fementi-
do Caballero de la media luna.
En fin, amado lector, voy a continuar con mi cocimiento,
¡Vamos, por dios, ese tal Avellaneda del demonio!,
¡es que...que falta de donaire en las letras, qué manera
de deslucir mi ingenio, que planicie la de su seso, qué...
injusta es la vida para el que lo ha dado todo por su país,
por su república! ¿Será posible tamaña desfachatez?
Bueno, ya está bien, voy a dejar de pensar en semejante
bellaco y voy a mojar el cálamo, que hambre tiene de
brincar y pintar sucesos.

Hasta la vista amigos...