AQUÍ Y AHORA.
He vuelto al silencio que habita el murmullo de las hojas que el viento mueve
y también al que va en el viento y que con él se aleja.
A la impavidez que en el paisaje veo,
que no le importa que no lo vea cuando me encuentro distraído.
Al penetrante olor que en el pantano expanden los chapuceos de las ranas
y el cimbreante nado de los renacuajos
que forman ondas que espanta mariposas.
He regresado al meditar de lagartijas puestas en inmovilidad exótica sobre una piedra y frente al sol del quien están enamoradas.
Al pendular movimiento de una rama que no acaba de caer,
y se columpia sobre el abismo que la está llamando.
Al lento recorrido de la sombra que indeclinablemente avanza
sobre las desgastadas lozas en el patio.
He regresado en busca de la edad que dejé al haber partido.
Y a la era en la que éramos los que allí fuimos.
A la realidad que se volvió nostalgia.
Pasado inexistente.
Cual brumosa pintura en la pared de enfrente,
en la que la lluvia, el sol y el viento andan tratando de escribir un epitafio.
He vuelto, sí.
Pero no para quedarme.
y.…que decir del milenario sol y sus doradas barbas.
De su antiguo caminar apoyado en nudoso bastón de edades incontables.
Yo le entiendo cuando no quiere madrugar y se queda dormitando entre neblinas.
También comprendo su furia que calcina los secos pajonales de llanos y colinas.
Rojo de furia, esconde su luz tras la montaña y nos deja habitando cavernas que a tientas encontramos en las altas rugosidades de las peñas.
Como abuelo solicito y contento,
custodia los patios donde juega la muchachada entre risas, lloros, gritos y alegría.
Y qué decir de su luz, tatuando con caricias indelebles las bellas espaldas de las niñas.
Un poco más sobre este tronco que el tiempo derrumbó a la orilla del camino.
Un poco de indolencia con los afanes que la obligación impone.
Unos minutos más en los que no me importe que a mi espalda el sol decline.
Quiero que mi mirada se tienda sobre los pastizales y ruede la colina.
Quiero grabar en el recuerdo los tonos, los trazos, los relieves.
Las cicatrices que tienen las montañas.
Los arañazos, que forman surcos de los que brotan los tonos verdes que paren las semillas.
Y qué puede importar que allí me duerma y no despierte y que tampoco sueñe.
Y que tampoco para mí amanezca un nuevo día.
Aquí y ahora, podría estar bien el concluir mi día.
León M N. septiembre 2020.