El castigo
¡Ven acá –dije a mi hijo-
pues contigo quiero hablar
y me tendrás que explicar
lo que en la escuela pasó,
pues ha venido un señor
de la mano con su hijo
a pedirme, según dijo,
justicia por la agresión
que ha sufrido su pequeño
a manos tuyas, matón!
Los ojos se le nublaron
a mi pedazo de cielo
y sentí una garra de hielo
que me oprimió el corazón;
pero un padre ha de ser justo
y aparentar ser muy duro
aunque a veces, de seguro,
le duela más el castigo
y así, con su propio actuar,
ha de ser juez y testigo.
Y al verlo así tan callado
tan solo, tan abatido,
y al notarlo arrepentido
cambió de tono mi voz:
-¿Dónde están, hijo querido,
las cosas que te he enseñado
que todo el tiempo empleado
parece que se ha perdido?
-¿Y qué fue de aquellos consejos
en que te hablaba del amor,
cuando te dije, por honor,
nunca abuses del más débil?
-¡Ya te dije que el más fuerte
no es el que abusa de todo
sino aquel que de buen modo
sabe ser tierno y amable!
Alzó entonces la mirada
y cara a cara me habló
y con lo que me respondió
se borraron mis enojos:
-¡Es verdad, le pegué a un niño
pero era más grande que yo
y la ofensa que soltó
la castigué por cariño
pues no creo que haya alguien
que ante lo que ese me dijo
no reaccione como hijo
orgulloso de su padre
y tu niño se ofendió
y se la jugó como hombre
cuando ese muchacho insolente
se atrevió a insultar tu nombre!
No pude decir palabra,
muy fuerte nos abrazamos
y un instante así quedamos
en silencio, y entendí
que el árbol que ayer planté
ya comenzó a florecer
y que dará a mi atardecer
grata sombra y dulce fruto.-