Yo,
que no soy valiente,
le he arrebatado a la muerte
y al Diazepán
un amor perfumado
a mandarina.
Yo,
que no soy valiente,
he resucitado
en estas calles estrechas
y de altas casonas;
he vuelto a la vida
repitiendo un verso
que invoca un nombre,
un beso y
un rostro desconocido
que se anuncia al otro
lado del tiempo;
al final de los años,
donde todo se borra
junto a las tapias
y los secretos zaguanes.