Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - Ninguna Mujer - Parte Final~**

Y Eduardo fue al bar, de donde conoció a ése hombre en una sola noche. Lo miró, y lo vió, y lo halló con otro hombre en ese bar, y sí, fue esa noche. Se enloqueció Eduardo, sintió unos celos devastadores y sin fingir el dolor o el descontrol de tomar ente sus brazos y propinar una bofetada o un puño, pero, Eduardo era muy frágil de espíritu y se pudo controlar. Y el amor quedó como un suburbio autónomo sin poder ser clasificado, cuando en el alma se debió de automatizar la espera tan inesperada, de dar con la pasión en cada coraje del corazón. Cuando se había llenado de ternura y de pasión ardiente cuando lo halló en aquel bar anteriormente. Cuando el alma se llenó de celos incongruentes de haber visto a su hombre con otro hombre. Y fue Eduardo el que le dió un suave amor y una pasión descendente ése hombre, el cual, conoció una noche, en el bar. Fue en el bar. Si fue esa sensación que le dió el amor puro e inocente, que le otorgó pasiones buenas y sin ingratas caricias. Y lo vió y lo miró, y más lo observó con cara de intruso y con celos insistentes. Cuando en el amanecer se enfrió el amor y más la pasión, debiendo amar quedó Eduardo con esa mirada fuerte y penetrante como si se hubiera acabado el mundo. Cuando en el desenlace de un triste final se fue sin rumbo y con el ocaso inerte y frío hacia el mismo instante en que casi se desplomó de los celos y en la mirada insistente de Eduardo hacia su amor con otro. Cuando en el aire se dió una fuerza perenne de sentir su aroma y de saber que el ocaso era frío como en su piel el desamor y el desprecio después de más de una década de relación, continua, y que llegara ahora con una infidelidad así. Cuando en el frío desenlace se enalteció un amor duradero y fiel, pero, más pudo la infiel acción que el deseo de haber amado mejor. Cuando en el alma se debió de recrear en la piel una pasión llena de irrealidades, y de bondades nuevas, cuando el sol miró tan profundamente, como el haber sido el rey de la luz del sol. Cuando en el prejuicio de su sentido quedó como órbita lunar atrapando un deseo y fue al amor y a su hombre. Cuando lo vió en el bar con aquel hombre, sólo se dijo que el instante fue como llega la luz en plena oscuridad. Si en el alma se dijo que el ocaso se vió con tanta lluvia que dejó en el ocaso un frío inerte y tan transparente como el mismo sentido. Figurando el deseo quiso ser el mismo tiempo cuando vió a su hombre con otro hombre. Y se armó de valor y de honestidad, como la fidelidad que lo unió por siempre, cuando en Gricela fue y será su amor abandonado y tan perdido como las horas en que la amó. Cuando en el destino se figuró como el mismo comienzo de que el instante se creó como el verdadero amor y de la pasión inerte y tan fría, como el haber sido como el mismo ocaso. Si en el altercado se debió haber ido por la furia y haber caído como tormenta en el mismo cielo. Y cayó el relámpago en el cielo azul, cuando en el desenlace se dió como el momento final de un desastre en el alma. Cuando en el desafío se fío el frío inerte e inconsecuente de un sólo tiempo, cuando lo vió a su hombre con otro hombre. Cuando en el alma se miró como la oscura luz como sin haber ignorado a su hombre con otro hombre. Y se fue por el ocaso frío dentro del mismo infierno, cuando en el cielo se electrizó su forma de ver el cielo como bondad de un amor que no llegó a nada, y sí, la fidelidad de esa relación. Cuando en el coraje se siente como desapercibido el momento en que se dió la forma más vil de creer en el amor y a más a ciegas. Si en el ocaso se vió aferrado a la vida misma, cuando en el ambiente se dió una mala tristeza que opacó el desenfreno de frenar el instante. Cuando en el alma se enfrió el ocaso inerte cuando el frío se dió como el mismo de esa noche fría y densa e inestable. Y recordó que no amaría a ninguna mujer, sí, a ninguna mujer. Sí, quiso y amó a Gricela, pero, no dejó más que el dolor en su pecho dentro de su corazón y en su mente. Si se fue por donde el sol vió la lluvia descender en esa fría noche en el bar. Fue en el bar. Cuando el alma se levantó del suelo hacia el mismo cielo en su mayor y funesto final. Y lo miró y le dijo -“adiós”-, y con dolor en el alma socavó muy dentro de sí, con el mal tropiezo de caer en el mismo imperio, de ver el cielo de tormenta y no de blancas nubes. Cuando en el alma se vió como el hechizo de una pócima que bebió a gran escala, y era su segunda decepción y su segunda ruptura amorosa. Cuando en el aire se dió como el frío inerte, cuando en el alma se identificó como el amar en el mal recuerdo. Y recordó a su amor con Gricela, su amor que lo dejó perdido y abandonado por una carrera y por un mal coraje de sentir el silencio como la misma paz en cada reflejo en ver el cielo. Cuando en el instante se debió de reflejar en un momento tan inocuo, pero, tan trascendental, como el haber perdido a su verdadero amor y por más de una década. Descifrando el cometido de luz a plena oscuridad, cuando en el ocaso se vió como una fría tempestad, presagiando el momento de una noche a expensas de la soledad. Cuando en el frío se identificó como el siniestro más perenne en la misma piel, cuando Eduardo lo vió, sí, que lo vió. Cuando en el alma se fraguó una sola desesperación en que el ánimo y el calor se fueron lejos. Dejando atrás el deseo y el mal común cuando lo miró fijamente en la cara de un mal recuerdo con su amor con Gricela. Se dió el desafío y el mal descifrar en el frío en que el frío se figuró como el cometa de luz en plena oscuridad. Cuando en el imperio del deseo se vió el tiempo tan aciago como el haber perdido el amor y para siempre. Cuando en el ocaso frío y en el desierto se enfrió el cometa de luz, como el haber sido penetrante en aquella mirada que le dió a su hombre. 

Y se fue por donde sale el sol en crepúsculo, o por donde se vá en el ocaso. Creyendo en la sola salvación, como el saber que el destino fue como el camino desértico. Cuando en la alborada se dió como el final de un mal encuentro entre Gricela y Eduardo. Cuando en el instante corrió como pasando el tiempo, y que sólo se pudo descifrar el cometido de luz en los ojos de Eduardo cuando vió nuevamente a Gricela. Y quiso ser a conciencia una sola virtud y una sola esencia con una sola presencia. Y la miró eternamente a los ojos, y le dijo “¿eres tú?”-, cuando en la alborada se dió como el final impetuoso. Y la miró fíjamente a los ojos y le dijo que -“nunca volvería a amar a ninguna mujer”-.



Fin