Ya nada será igual. Paramos el tiempo.
Nos inmiscuimos en el bucle sórdido
y asfixiante de un segundo temido
que no pasa. Todo es gris,
angosto, líquido.
Sangramos la tinta añil
del dragón del miedo
tatuado en el pecho que avanza,
avanza hacia dentro, a lo más hondo,
hasta que roza con sus nudillos
el gélido cristal de la ventana. Palideces,
mudo, inmóvil, pero pasa de largo,
huye asustado por la cruz de sangre
pintada en el quicio
de madera de la puerta.
Lejano se oye el grito desgarrado
de las filas hambrientas
esperando que se achique
el cazo de estaño en sus tinajas.
Y amanece. No en azul,
ni en el rocío acuoso, nítido
en el que blanco se derrama el alba.
Aunque amanece.
Nos abrazamos a la luz
como a un amante
infiel de madrugada. Y nos vamos
arrancando los jirones de miedo y dolor
que han quedado adheridos
a una piel de ayer
con memoria de mañana.
Pero amanece.
Ya iremos sacando las vendas
para curar las heridas que ha dejado
esta noche reflejadas en el alma.
Luz De Gas