Puedes cruzar los dedos y refugiarte tras los cristales.
Rezar para que no caiga la bomba sobre tu casa
o sobre la casa de algún amigo.
Para que ese pedazo de cielo que hoy se mezcla con el mar
no sea borrado de una vez y por todas
por las manos que jamás han abierto un libro ni sembrado un árbol.
Para que vuelva a aparecer en otras bocas
la palabra que toca la fibra más delgada de ti.
Puedes hundirte en el abismo de tus sabanas y negarte a despertar.
Taparte los oídos cuando griten tu nombre desde la mesa de un café
y en la tele
se hable sobre tratados de axiología y lo tautológico.
Llenarte de algo como un vientre para moldear el vacío
al que le es imprescindible una palabra
un nombre.
Unos labios que reconstruyan tus labios como impresora 3D.
Negarte a todo.
A abrir las verdaderas puertas
y dejar que la oscuridad te coma de a poco los colores en la retina.
Pero no puedes negarte a la palabra que perturba.
Al poema.
Al amor.