Fue ahí cobijado en el vientre de un cerro
donde cubierto de viento,
razonó en mi pecho un latido ahogado,
frente a tanta tierra, fui piedra
rígida y acostada, esperando al sol.
Dentro del soplido de mil historias
un colibrí llegó a la pampa,
alas rosáceas, difuminadas al vuelo inamovible,
con su caos tan apacible…
con su existir tan admirable…
Me contó de las flores que ha picado,
de los rosales de los que ha escapado
hasta llegar a la sal del norte,
le ofrecí beber de mi ausencia…
y me regaló su soledad…
Posado a mi hombro derecho
me preguntó porque el hombre no vuela,
-Nos asusta la libertad-
rió y recordó la vez que por tres días
sufrió pinchazos en un cactus.
-¿Por qué no solo fuiste por otra planta?-
levantó su vuelo y apunto a mis ojos,
si he llegado a hablarte del cielo
es porque solo se disfruta
luego de convivir con tus propias jaulas,
después de ganarle a alas espinas…
-¡Tú!, ¿Por qué llegaste acá?-
me vaciló en una sonrisa
mientras se posaba en mi rodilla.
-Porque me perseguía la nostalgia-
en silencio bajó la cabeza…
Hubo una brisa ensordecedora,
se protegió en mis brazos y exclama
-La nostalgia no viaja a los cielos
y dicen que la pena no llega a los cerros-,
-Algún día se me acabará la tierra- le dije.
Me miró y alzando el aleteo
recogió una piedra con sus garras,
le vi por última vez con algo de brillo en los ojos
y antes de marcharse en su majestuoso trayecto
me susurro al cuello: -Recuerda que las piedras
también pueden volar-.