No hay nubes más negras
que aquellas que hacen
de tu existencia una
tristeza.
No hay más angustia
en lo interno de mi montaña,
que el verte cabizbaja
y con ojos de congoja
en la profundidad
de un abismo.
Mi inquietud se desgarra,
mi razón se nubla
cuando no hay sonrisas
en esa cara entristecida.
Y después del amanecer
cuando el sol se niega,
es como si la oscuridad
persistiera trayendo
nostalgia a tus lánguidos
luceros, como pasajeras
nubes de lágrimas
y de perlas encantadas.
Y estos mares de cadenas
engarzadas con suspiros,
la percibo desde este infierno mío,
sobre el fuego que calcina mi alegría.
Y no hay angustia más terrible
ni desconcierto más temible
que no sea la tristeza
de la amada mía.