Entró al bar de madrugada,
con su noche apareció,
la sombra bajo sus ojos
y los labios de decepción
escondían costumbre cercana,
tristeza de profesión.
Iba sola acompañada,
aburrida pero no,
perdida con propósito
de no encontrarse por error.
El sonido de sus botas,
o tal vez era el temblor
de su presencia infinita,
ocupó la tentación
en la travesía de la puerta
hasta la barra, donde sonrió.
Bebía cerveza negra
y observaba su alrededor,
a cada trago una mirada,
hasta que la mirada fui yo
y unos instantes en el aire
dibujamos nuestro dolor.
Pero yo era un fantasma,
viento sin dirección,
hielo con huracanes,
un vagabundo sin canción
con las tres de la mañana
encima del mostrador.
Yo era nadie en el cementerio,
La huella que nos borró.
Yo solo quería un café,
y con mi café ya somos dos.