(De amores prohibidos y de Internet)
Te he besado a pesar de la distancia, de ser prohibido, de todo lo que se interponía entre tú y yo.
Te he besado por las noches, en los rojos atardeceres, en las tardecitas lluviosas, en las mañanas frías, en el amanecer sonrosado salpicado de trinos nuevos.
Sí, sí, te he besado a través de un poema, con la frescura de la brisa, con el ardor del sol, con el perfume de las flores.
Te he besado con los labios tibios y finos de tu taza de café, desde las letras que despertaban tu hombría y te hacían sentirme pegada a tu cuerpo caliente y deseoso de mi carne en llamas por tanto desearnos.
Te he besado y besado hasta lastimar mis labios con tus dientes, hasta desgastarte la piel, mientras cerrabas tus ojos y en silencio repetías mi nombre prohibido, tan prohibido como conducir a contramano.
Mi nombre que tu voz lo hacía dulce y celestial como nunca antes lo escuchara, y también mi nombre en tus labios te ha besado ciento, miles de veces.
Cuando despertabas soñando conmigo o me llevabas en tu fantasía a ducharme contigo.
Quien diga que no conozco tu piel ni tu boca, ni tu sexo, no sabe cómo ni cuantas veces te he besado desterrando tiempo, distancia y trasgrediendo lo vedado, aún a costa de ser excomulgada y perder ese cielo por el que todos bregan y yo preferí perder antes de negarme el paraíso de tu amor, de tu deseo y el mío, aunque ese amor fuera el mismísimo infierno y el deseo insatisfecho la condena de pecar amándote sin derecho alguno.
Hoy vivo pagando esa culpa, pero ¿sabes qué, corazón?, no me importa, porque mientras duró, me supe mujer…me sentí plena y te sentí más mío que de nadie antes hayas sido.
Angela Grigera Moreno
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