El oído, lleno de barro, escucha las últimas voces de la tarde. Una impresión certera, la magnanimidad del capataz, haciendo las veces de pregonero, anunciando sus bondades aterciopeladas ante la proximidad del crepúsculo. Vendimia, cosecha y término, puerto, embarcadero. De uvas y cuerpos también. Clamor de tractores y coches reunidos con un único propósito. Rescatar de la simiente, el fruto de una naturaleza escarchada. Y cerca, lejano, el oscuro cementerio, pintando un eterno mohín rencoroso en el rostro de los que ocupan la báscula y la cabina, llenas de luz. El peso y la ligereza, vida y muerte, casi juntas. ©