Un roble ciego
se alzaba con sus ramas
entre las sombras.
Tú le mirabas,
buscabas a sus ojos
sin conseguirlo.
Era tu amigo,
también tu confidente
y tu almohada.
En su costado
dormiste muchas tardes
con el nordeste.
Aquella brisa,
lejana de los mares,
fue tu caricia.
Ahora la extrañas
y extrañas hasta el roble,
que están muy lejos.
Atrás quedaron
los días de colores
y juventud.
Días de sueños,
de brisas y suspiros
bajo los cielos.
Y a todo esto,
un roble, medio ciego,
secó tus lágrimas.
Rafael Sánchez Ortega ©
14/06/20