Perdí de mi existencia su camino
prendido de la luz de su mirada;
que ofrece su pupila apasionada
con ese su fulgor tan cristalino.
Jamás imaginé que mi destino
sería su figura venerada;
que tiene la belleza consagrada
de un cuadro del grandioso Perugino.
Su voz y sus sonrisas son rondeles
que nacen de la lira de Thalía,
bordados en magníficos boceles
con versos del mester de clerecía;
y son sus dos pezones con sus mieles
los vinos de mi loca fantasía.
Autor: Aníbal Rodríguez.