Eduh Siqueiros

POR TU ÉXTASIS TE OFRENDO MI CUERPO ENTERO

En esta vida en la que nací, en esta vida en la que expiré,
en este tiempo en el que sucumbí, en este espacio en el que afloré,
arde en mi alma el fuego mejor que en el leño inerte, por ti.

Me dices, ¿para qué la fortuna si todo es perecedero?,
mientras pundonorosamente tus manos
no cesan de ganar por sí mismas los degustables pertrechos,
en la posesión conquistada en tus derechos,
tras tu paso triunfante entre senderos estrechos.

Las sábanas de tu cama se regocijan envolviendo tu cuerpo
-luego del trajín de vivir cada día a la vez-,
así como las estrellas circundan la majestuosidad
del triunfo carmesí de la super luna que aguardó su laurel.

¡Ay, mujer!... por tus ojos, mi alma toda;
por tus labios, mi corazón opreso;
por tus senos, mis liras melosas;
por tu éxtasis, por tu éxtasis te ofrendo mi cuerpo entero.

¿Acaso este idilio inusitado de dos almas errantes
que encuentran acomodo en el suelo de los peregrinos
desde su unificación no podrán alcanzar la gloria perenne
si desde la planicie terrenal pudieron juntos tocar el cielo?

Es verdad, que nada es eterno en este mundo,
que perece la agrupación de pétalos en su tallo
cuando se encuentra con el crepúsculo,
que las células de polvo vuelven
por su corruptibilidad a ser sólo materia muerta;
es verdad que si hay un inicio debe haber un final, lo sé…
¡pero somos inmortales!