Mi cuerpo a palos,
sudoroso y cansado, pegajoso,
lleno de amuletos,
y mis zapatos sudando terremotos...
Pero estoy entero,
aunque tengo el instinto lleno de callos,
y agrietadas mis manos,
a las que arrendo a diario, a bajo precio...
Es el charco del tiempo,
quien me lava, cada herida y cada gesto,
y me refresca el cuerpo,
notando así, el débil palo de cada hueso...
¡Ay, Padre mío!
Qué duro es conseguir el fruto diario,
dímelo Tú ,desde lo más alto,
cuando llego a casa oliendo a barato...