Fátima Aranda

Oda a un kilómetro de estos

Gris fluido. Llueve, no mucho,

suficiente. Dejo que la lluvia

se descuide para calzarme las alas

e ir corriendo a escondidas

y robarle un beso, pero ya 

está aquí el viento poniéndose de frente

para impedirlo; nos conocemos

y no deja que me una a ella en el asfalto.

Le acepto el reto.

Me bato a sabiendas

de que en este combate no será él

quien saldrá perdiendo,

o esta vez puede que sí.

Ya lo veremos. Acordes.

Llega la canción peldaño

en la que me apoyo para subir

a lo más alto a sisarle algunos segundos

vitales al tiempo, que corre más deprisa,

aunque más que correr, vuela.

Eleva, desciende, inhala,

la vida me filtra su achicoria

por cada hueco que rezuma

zumo ácido de ¿mandarinas era?

¿endorfinas?

Sale por cada grieta, cada poro,

dejando que la sal de esta batalla

cale hasta los huesos. 

No mires, pasa de largo.

La mente ya ha levantado la bandera

a cuadros de una fingida línea de meta.

Se sabe todos los trucos.

Pero no me engaña, puedo. Sigo, exhalo,

última tirada y llego. Llego exhausta,

pero llego, cansada,

con los pies mojados llego.

Pierdo la ropa por el camino,

me la voy quitando y trepo,

hasta dejarme abrazar

por el flujo abrasador del agua

cayendo en cascada por mi espalda.

“Sabía que podía”, desafío al viento

que me mira y sopla maldiciendo.

Como cada día he vuelto a hacerlo.

Ya sólo me queda sentarme a respirar,

y cobrar la recompensa

en forma de lingotes

de pan recien tostado y mantequilla.

Luz De Gas