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Ahora, que la soledad pesa en mi espíritu, decidí caminar a la cima de la alta montaña. Allí, cerca de la hermosa flor de jade, enterré, sin la mínima conmiseración, el amor que por ti sentía.
¡Sola y en amarga penumbra, medí el dolor de mis angustias!
Imaginaba el amargo regresar con la garganta seca y los labios ajados. ¡Pero qué va! EL hilo azul de mi destino señalaba eslabones desconocidos.
Retirando los arbustos del camino y sin mirar atrás, muy cerca, divisé un sendero distinto. Y entonces…
¡La liviandad del alma hizo mi cuerpo de seda
Una rosa floreció en mis labios
Y de mis delicados pechos, brotaron pétalos!
De pronto, el palpitar de mi corazón se hizo un nudo. La gracia de tu sonrisa y hermosos ojos verdes silenciaron mi dolor e hicieron brotar en lo profundo de mi ser, la divina gota de la esperanza.
Quise tocarte y un sentimiento me envolvió. Miedo a los recuerdos, miedo a la decepción. A ese dolor que acababa de sepultar.
¡Mi fortaleza se había resquebrajado
Y de tristeza adoleció éste corazón!
Y tú, deteniendo la pócima venenosa que ahogaba mi garganta, abriste las palmas de tus manos abrazando mi cuerpo, secando mis lágrimas. E ipso facto, depositaste dentro de tu corazón, las llaves de mi alma rota, de mi alma hecha pedazos.
* Imagen tomada del muro de Islam Gamal.
Luz Marina Méndez Carrillo/ 07112020/ Derechos de autor reservados