¡Qué dicotomía en que vivo! Por un lado, la decepción de la ingrata sangre filial;
y por otro lado, este afecto entronizado que me hace fuerte para no derrumbarme;
son escasos los recursos que me impiden poner en su lugar a los tiranos usurpadores,
o por lo menos huir y dejarlos que como buitres se repartan lo que no les costó ganar.
¡Qué sociedad tan decadente en la que vivimos! La mayoría, egoístas, envidiosos,
abusivos, rencorosos, mentirosos, indolentes, neurasténicos, amadores de sí mismos;
y por más que las tormentas me azotan, no puede mi esencia mancharse de ese lodo;
muchos me llaman, tonta, ilusa, ingenua, y quizá muchos más sobrenombres vulgares.
Pero nadie sabe que consciente estoy que solo estoy de paso, tratando de vivir mi vida
lo mejor que se pueda; luchando vehementemente, porque se confunde la nobleza y la
generosidad con otros términos que en nada se asemejan a lo que soy verdaderamente;
lidio además con demonios que pululan por mi cabeza, haciéndome perder la templanza.
No sé cuándo acabará esta nefasta tormenta, me siento como Don Quijote luchando
contra molinos de viento; pero mis contrincantes son reales, y para el colmo parientes;
he oído historias similares donde reina la avaricia y son despojados los vulnerables,
pero aun creo que la justicia humana o divina prevalecerá y dará a cada quien lo suyo.