En su negra pupila yo adivino
la mirada candente que domina;
con candor tan sereno que ilumina;
cual si fuera un poema alejandrino.
Su cabello tan negro, damasquino,
en su espalda sus hebras disemina;
con la suave soltura que fascina
por su encanto sensual alabastrino.
Al mirar su sonrisa me figuro
el acorde sublime de mi lira;
con arpegio romántico y tan puro,
donde nace el incendio que transpira;
de pasión el magnífico conjuro
que desata de anhelos sacra pira.
Autor: Aníbal Rodríguez.