Desperté en mi cuarto oscuro con la luz descalza del crepúsculo.
Una luz casi polvo
casi dedo
que era más bien el espejo roto de los sueños
y la navaja sin filo de la ausencia.
Desperté, mientras el viento de la noche
zangoloteaba las ventanas
e inflamaba las cortinas
y una nostalgia de paredes y canciones
me envolvía.