Llega el éxtasis a las sombras del cuerpo,
y de una incierta razón del sentir
subo a tu vientre, y cómo
jinete desbocado en la llanura alzando
los brazos al entero cielo, danzan las carnes
en un mítico vaivén lujurioso.
Entonces, dominio de roca,
tus manos asidas a los confines de mis caderas,
empujan, mueven, gritan y muerden
mientras te adentras en mí, cómo si
un embrujo viajará en las entrañas,
y tras el caído telón de los párpados
encuentro el paraíso.
Justo cuando es voraz pira el acto,
Surge un mágico temblor que rompe las cortezas,
y cual frágil montaña,
me derrumbo en tu pecho, hasta ser
ojos con ojos, boca con boca, y el demonio
ardiente de los labios, devora de piel
tantas distancias, hasta perder en un gemir
su suave soledad.
Pero el instante no es infinito, quizá solamente
al morir y renacer en un beso, al hacer
de la desnudez una balada
para endulzar los silencios.