A ti mi amor, por ser lo más grandioso que me ha pasado…
Si nos alcanza el segundo marchito,
donde tu fuego se apague,
y se nublen mis penas,
cuando desistan tus fuerzas, quédate callado,
y que me llegue la inconsciencia.
Haz que se conviertan en rocío tus manos,
que se queden conmigo
y que guíen mis pasos,
hacia el sendero que sigues,
más allá del ocaso.
Que muera contigo, el vigor de mis años,
y que no nos separe el adiós despiadado.
Guíame a la luz de tus ojos pardos.
Sola, sin verte, mejor ni pensarlo.
Si nos alcanza la balanza inquieta
y el aguijón desnudo hiere tu pecho
ajena y dispersa me hallaré en el desierto,
con la fiereza de mis días lloviéndome desolada.
Si se inunda tu verbo, y faltan palabras,
quédate en silencio, con eso basta.
Haz que se transforme en bruma tu voz,
y condúceme a tu encuentro, para no decirte adiós.