Esta mañana lo vi. Mientras caminaba
pensativa, sin rumbo, lo vi. En el suelo.
En ese suelo gris y mojado con olor
a cemento y a ciudad desconocida.
Lo vi frío, silente, durmiente.
Los ojos cerrados, rígidos los miembros.
No se movía. Le llovía encima,
no por algo personal,
sólo porque tenía que hacerlo.
La lluvia es así, suele aparecer
cuando huele la tristeza y el lamento
redundante de la melancolía.
La lluvia lo mojaba. No entendía quien
lo buscaba, quien esperaba su vuelta
a la misma hora de siempre en el lugar
acostumbrado. La lluvia no entendía
si calaba ese cuerpo que yacía en la acera
mientras alguien aguardaba debajo
de alguna cornisa arrinconada, oculta
en cualquier esquina de cualquier
edificio desangelado y anónimo
de cualquier ciudad sin nombre.
La lluvia no entiende, sólo cumple
con el cometido encomendado,
sólo moja sin reparar el daño
que arrastra a su paso, sólo enfría
el aire seco y polvoriento de una fugaz
mañana de otoño dura y plomiza.
Esta mañana lo vi, en el suelo lo vi,
esta vez las alas se le volvieron mortaja
y no pudo remontar el vuelo. Cayó.
No pudo unirse al viento en el flujo
incesante de su corriente y cayó.
Acordándose de lo que dejaba,
recordando el tiempo perdido,
cayó piando a gritos despertar,
jurando aprender de sus errores
y empezar de nuevo.
Luz De Gas