No era mi rima en el rojo amanecer,
eran tus labios de alba
que coloreaban el placer.
No era el río espejando fulgores,
eran tus caricias que me volvían
corriente de agua cantarina
deslizándome sin temores.
No era el sol que vertía su latir de fuego,
era tu sonrisa que me abrasaba
y yo sedienta me la bebía.
No era la noche que llegaba,
era tu lujuria nocturna
que en su danzar tú me trenzabas.
Y es por eso que hablo de ti
cuando escribo para mí,
porque eres habitante perpetuo
en la piel de mis versos.
Poemas de Pepita Fernández
(Argentina)