Las manos acumulan cuchillos
y los dedos tragan tormentas,
cuando la noche no es más
que un depósito de gasolina sin alma,
y los lapiceros gastados del taxidermista
alcanzan la hora desierta.
La noche esboza su gaseoso porvenir
de citas entre asteriscos y almohadillas,
durante el cuarto de hora que va
desde tu casa a la taberna del desespero.
No es un templo, sino una hoja quemada,
la rosa de ayer tatuada, en el fondo de un azulejo,
donde plantaste tu copa de trébol, sobre un posa vasos
siniestro. Sombras simiescas, y un árbol
destrozado, dan cuenta de la siguiente escena.
No es bueno cambiar de humor cuando de amor
se trata-.
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