Yo se que mi cuerpo te da risa
cuando estas de mal humor.
Yo se que mis pies zozobran a veces
por conocer nuevas riquezas,
por los Sinuosos senderos del mapa rasgado,
de calaveras y calabozos,
y se tuercen y se alejan del lugar del tesoro.
Pero tú ya sabes que es Asmodeo,
Ese mirón libidinoso,
Como eunuco envidioso que es,
Nos clava un puñal de horrible placer,
Y son gritos de dolor,
Sobre la blanda piel,
Ecos de lágrimas en la húmeda cueva
que no arropa las sábanas,
ni soporta la almohada.
Menos mal, que Rafael,
Ese particular ángel que todavía apuesta al matrimonio
Tiene su as bajo el colchón para ganar la partida,
Su político sermón de mesiánico poder
De excepción a la casuística moral,
Y te susurra al oído:
“Tú no quieres que el payaso,
Ridículo se quede en su rutina,
Y ya sea por instinto
o por caridad
no dejes de aplaudir”.
Como devota de la palabra divina
Y leal al principio de la atención,
En apacible voz tu acostumbrado salmo penitencial entonas:
Rafael, Rafael, recuerda,
Hay aplausos que colisionan como huracanes,
Hay aplausos que empapan como aguacero
Unos, que solo llovizna sucede,
Y otros, un nublado que amaga.
Me entran y salen trabalenguas de muchas voces,
No se si de aliento o carcajada:
Y Asmodeo, ese burro que me da sus coces:
Algunas payasadas bien cumplen,
Otras, sencillamente, la joden.