Quiero —solo para mi—
el roce leve del melocotón
de tus labios.
Quiero ir —contigo— a un lugar donde
no haya fin de mes, que sea libre.
Quiero estar —contigo— al borde
de todos los precipicios,
pero que esos socavones de desierto
sean la misma vida, sin ambages,
ni entuertos, ni rocinantes que marquen
el camino que debe consistir la aventura.
Quiero sentir —contigo— o sentirte,
que tanto monta lo que monta tanto.
Quiero verte de lejos venir —conmigo—
con los brazos abiertos, previendo
una esperanza que ni espera ni llega.
Quiero comerte —con los dos— lento,
para que las horas no sean horas,
que sean lustros que se caigan
de todos los almanaques,
de todos los futuros —sean compuestos,
simples o pluscuamperfectos—
que siempre sean presentes
que no sepan ser de otra manera.
Quiero dirigirte —contigo— al centro
de una aurora que no acaba de ver el sol,
que clarea la noche y arrebola las entrañas
pero que no termina de pronunciarse,
porque —quizá así sea— espera otras mañanas
que le parezcan más azules, más sonrientes
a sus labios, más bonancibles, mejor mar...
Quiero mezclarme —contigo— al ardor
de una savia que ya recorre los alcornoques,
que ya es azúcar a tu sangre y hiel a la distancia..
Quiero...