Recuerdo aquel ocaso
visto desde la montaña Calangato
donde el rojo sol se ocultaba
bajo un manto gris de nubes reposadas.
Nubes grises que me acompañan
desde que te ocultaste a mi ardiente anhelo
de ser tu montaña, tu escudero,
sin saber del ocaso venidero.
La verde selva que atravesaba
era negra y amargada
y el bullicio de su vida silvestre
el susurro de una vida desganada.
Pensaba que al retornar a la metrópoli
solo encontraría soledad y melancolía
pero de quedarme en la selva montañosa
ni aun estos me escoltarían.
Hoy vivo acompañado en esta selva
con amigos que jamás me abandonan:
el dolor de la soledad aceptada
y la tristeza por el recuerdo de mi amada.