Me arropa en
sus áridas tierras del norte,
donde la isla ya
acaba.
Acepta que
cruce la frontera y vuelva,
silencios y
ratos de escritura
(que no comparto).
Me persigue con
sus canciones y
los deberes pendientes del jardín.
Cocino y
cuido la intendencia
(también voy cerrando ventanas,
esas heridas abiertas en invierno).
Paseo con ella y
le enseño a pescar.
A veces le leo algún fragmento de mi novela (ahora: “Yo confieso”)
Me envuelve
con sus besos
y su libertad, así que
anhelo estar preso en sus abrazos.
Estoy a tu disposición, me ha dicho hoy
después de la siesta de primavera,
la manta sobre mis huesos fríos.
No dejo que me acompañe a los médicos,
brazos armados de la muerte
(no me hablo con ella, con la muerte estoy enfadado)
Y fantaseo con que mañana encontraré a la mujer de mi vida,
la mujer de mi vida
la mujer
mujer