De lo que quiso ser
y pudo, pero no llegó.
Arriba, encima del cielorraso.
Todavía escucho —de tarde en tarde—
algún chirrido de sillas arrastrando.
Arriba, mi misma edad, mi mismo colegio,
mi mismo patio, mi misma catequesis,
mi misma aula, mi mismo profesor,
casi mi mismo pupitre, mi misma
comulgación o comumión...
Arriba, un mismo yo, especular.
Arriba, una misma simetría viviente,
una misma física —quizás yo un poco
más alto— que andaba huera de química.
Faltó comunión, engarce, simpatía,
todavía falta.
Hace poco me lo encontré subiendo
la escalera —había un afecto contraído,
una camaradería propia de soldados
que coinciden en el mismo frente,
en la misma trinchera hasta acabar
en distinto destino, distinta compañía—.
Hubo un tiempo en que me visitaba
en sueños, donde yo le reprochaba
su soberbia o le ganaba los encontronazos
que nunca tuvimos... Él era ufano, yo no.
Falló la química, sus partículas y elementos
no reaccionaron a los míos —lo mismo digo
de mi parte—, hubo una mezcla de un querer
ser y un no poder —hablo por mi parte—,
hubo mucho tiempo que sin quererlo
fuimos caminantes de la misma senda
y eso nos hizo el afecto —que no pasó de ahí—.
Fue la crónica anunciada de una amistad
que no pudo ser —como algún lance
amoroso que quedó en la cuneta
del quizás, al margen de la senda—.
Con esto conjuro este fantasma...