Te invoco sonriente, callada, próxima.
Empezamos a
bailar.
Como si fuera nuestra, entramos en la habitación
que no
conocemos:
nos sentamos, nos acostamos.
Pronto unas voces pacatas nos sacan.
Luego se diluyó la tarde
con la intranscendencia de
las tardes jóvenes,
esas de los tímidos.
En esta mañana de invierno alpino, castigado
por los años, te invoco.
Que los dioses te hayan permitido una buena vida.