Raúl Carreras

¿De qué planeta viniste?

22 de junio de 1986. Mediodía en el Estadio Azteca de México DF. Sol de justicia, y sobre el césped alto y seco del monumental estadio mexicano once argentinos y once ingleses recrean la guerra de Las Malvinas.

En el minuto 55 del partido el “negro” Enrique, en la media cancha pero aún en terreno de juego argentino asiste \'milimétricamente\' a Maradona, que tras un giro sobre si mismo se dispone a encarar la portería defendida por el mítico arquero inglés Peter Shilton.

Cuatro minutos antes, Dios mediante, este había sido posterizado para la eternidad al intentar despejar con sus puños un mal despeje hacia atrás de uno de sus defensas, y ser superado por el remate divino de un tahúr de Villa Fiorito que escondía en la manga de su camiseta albiceleste el AS en forma de gol. El truco de un mago que confundió la testa con la mano y al que aún le quedaba mostrar sobre el tapete verde el mejor número de magia jamás visto en un terreno de juego.

Diego la para con la puntita de la bota izquierda y en un giro sobre si mismo hace resbalar la pelota con una fina gambeta bajo los tacos y en el maravilloso dribling supera a Peter Beardsley y a Peter Reid. Este último acompañaría a Maradona en su viaje hacia la eternidad del Olimpo del fútbol, siendo el “privilegiado” espectador de excepción que contempló de cerca toda la obra de arte.

El barrilete cósmico tomó el carril del “ocho”, altanero con la mirada al frente, acariciando la pelota solamente con el pié izquierdo en todo su trayecto, dispuesto a encarar al siguiente defensa inglés. El honor le correspondió a Terry Butcher, que sintió crujir su cintura ante el requiebro del 10 argentino.

Otro Terry, Fenwick, quizás era la última esperanza inglesa para detener al Pibe de Oro, pero ni el intento de echar el lazo con sus brazos, sobre el cuerpo ondulado y diminuto del delantero, surtió efecto.

ta-ta-ta-ta-ta…, Victor Hugo Morales, periodista argentino, estaba escribiendo en las ondas el relato más bello que podía escoltar las imágenes con las palabras.

En el momento de la definición, del último regate que servía de preludio al toque sutil que enviaba el balón dentro de la portería, Maradona quiso juntar de nuevo a Butcher con Shilton, y a las miradas incrédulas de Burruchaga y Valdano que le habían protegido desde lejos, para no importunar quizás, y las de más de cien mil espectadores, testigos del mejor gol de la historia del fútbol.

Al ta-ta-ta-ta le seguirán para siempre las “Gracias” por el fútbol, y las lágrimas por compartir la emoción y la belleza del Gol del Siglo. Maradona, ¿de qué planeta viniste?