Bajo aquella primavera sólo miró a las rosas en el jardín tan hermoso como el mismo sol. Cuando se fue como un rumbo sin dirección, ni compasión desde que el sol se pintó o se dibujó como la luz en el destino sin premonición. Sí, bajo aquella primavera sólo se vió como toda rosa en el mismo Edén. Cuando ella Federica Rosa fue como la rosa en primavera, pues, su destino era un camino tan trascendental como lo transparente del día en el crepúsculo o en el ocaso frío descendente hacia la noche más compasiva como agresiva de toda su vida en el frío camino. Cuando en el desierto se dió como hoja al viento, y con la primavera de un ocaso teniendo fin y un frío desenlace. Cuando en el ocaso se miró como un mal principio desatando lo funesto de un mal instante en que se amó como el desierto en numen imaginativo. Cuando en la alborada se enfrió como el mismo desastre en ver el sol y por última vez. Se sintió sola y desolada, herida con Dios, y con la misma daga letal que fue mortífera en su camino. Cuando en el ánimo cosechó lo más grande de la vida, el amor de Federica Rosa, cuando en el pequeño cielo era como todo el sol en el mismo firmamento. Si bajo aquella primavera vió el mismo sol y sintió el mismo calor del día bajo aquellas enaguas y aquel vestido elaborado con seda. Cuando vió el sol, sólo recordó en el mismo imperio de aquel amor que la dejó inerte, fría, e invisible como los besos que le dió y que le entregó el amor sin consecuencias devastadoras y de un infierno sollozando en el viento como a aquellas rosas en el jardín. Cuando en el imperio de su mirar se petrificó en el alma como la luz en el ocaso del mismo sol en el desierto inventado por la misma cabeza y en la memoria un sólo amor en que el sol era dirección y brújula, como una mirada en desolación y todo porque el desastre se vió llegar como el mismo destino frío. Y Ferderica Rosa, se miró electrizante, y perenne de dolores fríos, cuando en la habitación tomó su maleta y llevaba toda su indumentaria fija sin extrañar nada. Cuando en el camino dejó el sol como en primavera, como aquella rosa en el jardín observando al sol para poder cosechar y vivir más. Y se dijo que el sol, ¡ay, el sol!, mi rostro en el sol, sólo dejó una marca trascendente, en la cual, se fijó todo un sol en el rostro de Federica Rosa. Cuando a Federica Rosa le faltó y sólo le quedaban dos cosas por saber del mundo: que el amor no muere nunca y que el sol se vá cuando llega la noche. Y eso le caló muy hondo en el alma, cuando en el suburbio del ocaso sólo lo vió llegar perdida como un náufrago en el medio del mar abierto. Cuando su dolor le llevó a calar muy profundo en el cielo mismo, cuando el sol fue y será una sola brújula, en que sólo le decía que el norte era el sur y el sur era el norte. Cuando en el ocaso se desviste de ansiedad y de temores inciertos, cuando en el ocaso fue frío como el mismo paraíso, sin ver el cielo sin tempestad. Cuando en el cielo se ofreció como el mismo instante en que sólo el sol fue como el destino sin saber de su porvenir. Cuando en el mismo pasaje de la vida, se enfrió el deseo de proseguir un sólo camino en el ocaso o en la misma primavera. Cuando en el día se vió la luz en el paraíso y más en sus ojos se pintó y se dibujó a todo un sol nuestro. Cuando ella Federica Rosa, y electrizó su forma adyacente de ver ese sol en el mismo cielo. Cuando en la tarde ardió de deseos nuevos como perpetrando una mañana sin destino ni premoniciones nuevas que en el instante se debatió en una sorpresa de que no vería nunca más a ese sol en el cielo y más entre sus pupilas. Si se dió una osadía muerta cuando en la noche, sí, en la noche se perpetró un altercado o una camorra sin salida y sin destino fijo cuando en el instante se debatió una contienda en el mar perdido de un mal siniestro que se dió como preámbulo de una osada osadía en el mar abierto y más en el mar perdido. Y en lo más hondo de ese mar perdido, se halló un ocaso desnudo perdido en flas dentro de ese flavo del ocaso muerto. Cuando en el imperio de sus ojos se dió un mal desastre, sí, entre sus pupilas y el ocaso suave inerte y cálido que quedó entre sus ojos claros. Cuando en el instante se debatió en un sólo momento en que el desaire se debió de creer en el mal infundado de creer en el desamor sin ser cierto como la hoja que el viento hace volar con el aire. Y la luna, ¡ay, de la luna!, que vió esa noche de tiempo y de tempestad, cuando en el ánimo clandestino, se llevó un silencio y una manera de ver el cielo en sus propios ojos claros. Cuando en el tiempo se dió una sola verdad, en un solo deseo y en un solo corazón. Cuando se entregó al cielo dejando caer el imperio de sus ojos en ese sol maravilloso que luego de la noche fría y tenebrosa no volvió a ver jamás. Cuando en el ocaso de su parecer se dió todo el ser sucumbiendo en un sólo delirio en saber que el mal siniestro se infundió de delirio y de un vil ocaso muerto. Cuando en el imperio tan nefasto de creer en el amor perdido, socavando en la mente un delirante desafío en mal creer en el desierto inocuo y trascendental y translúcido como el haber pintado en su numen una linda imaginación. Cuando en el delirio fue un ingrato porvenir que cayó en deseo, cuando vió a aquel mar abierto y perdido de frente a ella, a Federica Rosa. Cuando en el ocaso aquel lo observó y se dijo que el deseo se identificó como órbita lunar, cuando en el alma se dió una luz opaca, inerte y álgida. Si la luz se debió de creer en el mismo mundo inerte. Si fue como la misma hoz, que sembrada era como la rosa en primavera y como el mismo sol en el mismo cielo. Y creyó que era un pez o un tiburón, no, no era nada de eso, eran sus ojos perdidos y muertos hacia la infinita eternidad en que con el ocaso se volvió más perenne el dolor y el sufrimiento. Cuando en el ocaso se dió como el mismo desierto o como la misma imaginación, pero, no, no, era la luna, ¡ay, de la luna!, cuando su brillo era en derredor como la misma luz en el mismo desierto. Cuando en el alma, se electrizó su forma de hallar la vida. Si yá estaba muerta, inerte, y fría, descendente como el mismo cielo caído y derrumbado. Cuando en el ocaso se vió como el mismo siniestro cálido en el propio destino sin fe. Cuando en el siniestro cálido se desafió el mismo sol en la mirada y en el ocaso vivo, cuando en el imperio se dió como el mismo sol. Cuando fue ingrato el deseo y en cada funesto instante se dió como el mismo desafío frío y tan claro como el mismo sol en aquella tarde. Cuando llegó la noche fría, y queriendo amar logró lo que nunca. Un sólo amor entre el mar perdido. Cuando se fungió el deseo y el cálido siniestro en saber que el tiempo era como el mismo desastre. Que por entregar el deseo, y el más siniestro desenlace corrió a ser como el amanecer en el mismo imperio de sus ojos claros. Cuando en la mañana se frisó un solo corazón entre el mar perdido. Cuando en el ocaso se dió como la llave sin oxidar el corazón. Y sin fingir el desastre de un sol, se debió de creer en el amanecer en cada crepúsculo, pero, sin perder el sol en la mirada. Cuando en el tiempo sólo en el ocaso se desvistió de poder y de más de razón en locura cuando llegó el triste final en ella, en Federica Rosa. Cuando en el mañana se debió de creer en el delirio delirante del veneno en la misma piel como en el mismo tiempo un sólo pecado. Sólo se dió un torrente de desafíos claros sin precedente. Como la emoción en la cabeza en una misma ilusión que se quedó en el tiempo y más en el ocaso frío e inerte cuando pasó lo peor en su pobre vida. Y era ella Federica Rosa, la rosa más prendida del jardín y de la primavera, cuando ocurrió lo peor en la vida de ella. Cuando el sol se escondió por mucho tiempo, y su rostro en el sol, se debió a que el silencio llenó su corta vida en saber que el destino pudo sentir lo que más llevó en su interior una marca en saber que el porvenir camina en un solo delirio delirante.
Y caminó fríamente entre escombros de tierra inerte hacia el mar. Hacia el mismo mar que la llevaría hacia el mismo destino que le traía hacia el mismo camino y tan gélido como su misma piel. Cuando en el tiempo, sólo se dió un desastre de haber perdido hacia su propio destino sin poder ver el sol nuevamente. Cuando en el instante se electrizó como el mismo sol en su propio rostro. Cuando en el tiempo, sólo fue como el haber identificado la luz como el mismo imperio de sus propios ojos. Cuando Federica Rosa se dedicó en cuerpo y alma en saber que su camino era navegar por el mar perdido solo y tan solitario como el mismo presente en que sólo llevó un destino tan frío como el mismo desenlace o final de un cometido sin edificar su estructura. Cuando en el camino se hizo como el haber nacido dentro de un destino tan frío como el mismo imperio de luz en los ojos. Y sí se mudó con maletas hacia el mismo suburbio, pues, la triste decadencia se dió como un final de un sólo presente cuando el ocaso se vió como el presente inadecuado. Cuando en el altercado entre dos amores se identificó como lo áspero de un mal comienzo, cuando en la camorra de la vida se debió a que el incidente entre ambos, se debió a una infiel atracción. Una mala sustracción del corazón abierto, cuando en la incisión del corazón, se abrió un mal desastre en ver el cielo como una fría tempestad en el coraje del corazón. Cuando en el presente se debió de alterar lo que más fungió y fingió en el alma inerte y tan floja como la misma mala espera de ser tan inesperada como el mismo mal desenlace. Y se fue a pasear, Federica Rosa, por la playa esperando un mar en calma y no bravío, pero, su dolor no fue hasta que el sol se fue por completo en ese día y no volvió a ver la luz del sol. Si su rostro en el sol quedó como un suspiro o un sólo respiro cuando en el imperio de su mundo fue como el mismo mal deseo en el alma, y todo porque el mar estaba bravío y bate contra la roca y el rompeolas en un suburbio de su propia alma. Y se fue caminando por la arena y por la playa en el desierto más imaginativo en el alma. Cuando en el mar abierto se sintió y se presintió como el más inmenso e inerte paraíso. Cuando en el instante se dió como el más instinto desatino cuando en el momento se identificó como el mismo desafío. Se dió como el mismo ambiente de una playa con la arena sobre los pies de ella, de Federica Rosa. Y se identificó como el mismo desafío cuando en la arena sobre la espuma del mar abierto caminó sobre el mar perdido. Y caminó, pues, el deseo en volver a él, le llamó la atención de subir y embarcar de nuevo hacia nuevos valimientos, pero, quedó atemorizada y certera en saber que el destino era suave como el futuro inerte y sin tempestad, si se creía ella, Federica Rosa. Cuando en la certeza se dió como el nuevo desafío en saber que el destino brillaba como nuevo y sin tormenta. Y caminó por la arena y más por la suave espuma de ese mar bravío. Y supo que el destino era como ese mar abierto sin calma. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, se dedicó a salvar todo aquello que más deseaba la muchacha Federica Rosa, como su destino, y su futuro y un porvenir fructífero, pero, no, no sólo el destino era así, era como el buen comienzo o como el mal infundado. Si dentro de la nueva oportunidad se dió la buena nueva cuando en el desafío se convirtió en un desenlace mal atrayente. Cuando en el desenlace se debió de creer en la manera de vivir más. Y caminó de largo por el mar desértico y por muchas horas inertes y tan frías como el mismo aguacero que se avecinaba. Cuando, de repente, Federica Rosa, vió un nadador flotando a la orilla del mar desértico, abierto y tan frío. Cuando en el mar abierto se ofreció como un ademán y tan frío como el mismo desenlace dentro del interior nefasto y como un suburbio en el corazón. Se sintió mal y devastada y desorbitada y desorientada, tomó valor y valentía y un gran e inmenso coraje dentro del miedo que sentía su corazón y su alma. Se devastó de ira y de soberbia cuando en los celos dentro del corazón se llenó de iras y de incongruente de un solo penitente, cuando se devastó encima de ése nadador ahogado en ese mar perdido y bravío. Y nadó y nadó hasta hacer del aquel ocaso un sol frígido y tan álgido como la misma noche que llegaba y muy pronto. Cuando el dolor se percibió y se sintió en el mismo corazón cuando en el instante se llevó una sola manera de creer en el amor humanitario y de amor trascendental. Y sí, subió a ese mar perdido y abierto y en poder creer en el amor en el corazón, cuando en el ambiente se ofreció en un sólo instante y tan dañino como en el mismo reflejo entre las aguas del aquel mar perdido. Cuando en el ocaso se vió como se pinta y se dibuja a todo un sol en el cielo. Y no se percató en el desastre de ver en el cielo y por última vez al sol en el ocaso en aquel cielo azul que se veía claro y con unas nubes transparentes. Se dedicó en fuerza y en alma a salvar a ése hombre en el mar perdido y que se ahogaba de pronto. Y después de caminar tanto y por tanto, se debió de enfriar el temor y el fracaso en manos frías de desesperaciones inconclusas. Cuando ella, Federica Rosa, su fuerza y su débil corazón se dedicó en alterar su forma de creer en el amor a toda costa, y más en el amor al prójimo. Cuando en el instante se dió la fortaleza en saber discernir entre dos cosas, y era que: el amor no muere nunca y que el sol se vá cuando llega la noche. Y ella lo sabía desde su opimo interior y acérrimas lágrimas, cuando vió a ése hombre casi ahogado en el mar perdido y bravío y sin más calma que la misma tempestad cuando se acercó el torrente de lluvia cerca de ese mar terrible, pero, tan dañino y no tan inocuo como ella pensó. Cuando en el delirio y tan delirante como la misma fiebre en el cuerpo desnudo de sensaciones y tan frías. Cuando en el ocaso se sintió así, como si fuera inerte y tan suave como el mismo mar frío en la misma piel. Y sí, se perfiló el mal deseo y el mal desastre dentro del instinto o el capricho dentro del mismo coraje en el corazón. Cuando en el aire se sintió como tan suave como delirante el corazón solo en el ocaso inerte y frío que se avecinó cuando ella, Federica Rosa se enfrascó en una mar desértico y frío y bravío para poder salvar a ése hombre que yace muerto en el momento. Cuando Federica Rosa, se dedicó en cuerpo y alma y fuerza y debilidad en poder salvar a ése hombre que le dió más tristeza y desaliento que la misma desesperación. Cuando en el agua o en el mar frío se dedicó en cuerpo y alma en hacer demostrar que el suburbio en el corazón se dió como la misma fuerza en espelunca, cuando en el frío mar se atrevió a desafiar sus aguas torrenciales, y bravías por querer salvar a ése hombre de la tempestad y más de ese mar.
Continuará………………………………………………………………………………………….