Secuestraron a los árboles que miraban al cielo
cuando las hojas secas escribían poemas de dolor
allí en el suelo húmedo de aquel otoño triste,
disimulando dentro de su propio follaje abatido
dónde la fatalidad, se cebó con sus causas perdidas,
mientras esos hombres de pies largos las pisaban.
El cemento llegó a ser más alto que cada árbol
y la vorágine se impuso a la guerra de este barrio,
que durante décadas vistió del color verde su orgullo.
Ahora duele el corazón cuando cruzas las calles
durante esos interminables segundos largos y raros
que dura levantar la vista, buscando un algo perdido.
El mismo dïa que cortaron a esos grandes gigantes
supiste, que nunca brillaría el sol como antaño y ahora
con su propio dolor muerto dentro de las hojas
enterraron la parte más débil de tu alma llorona.
Malditos rascacielos que al cielo miran con descaro
os maldigo, ya hoy, y para siempre mientras viva,
y me quede un halo de esperanza soñando el regreso
de los grandes gigantes verdes, que los malos segaron
aquel otoño triste, con sus hojas llorando sin consuelo.