Ahora que la lluvia ha caído
y ha mojado la tierra,
se cuela un hálito frío
por las ventanas abiertas.
La casa se había recogido
guardando su propio calor,
pero ahora este soplo de viento
la ha abierto y la despierta.
Yo soy el hombre que sufre
una grave pena de amor.
Es algo ridículo decirlo
y fuera de moda, además.
Pero las penas de amor
son graves como el bochorno
de una tarde de verano
antes de la tormenta.
El trueno de agosto y los rayos
que encienden el cielo, la lluvia
que cae fragorosa en los campos
y engrosa de golpe la acequia,
son como la pena de amor
largamente sufrida, que ahora
se disuelve en su propio dolor
y espera en silencio la aurora.