En las estancias de mi boca,
altaneras suelas de alpargatas,
gente con azadas, predispuesta
a seccionar cabezas, ajos, cebollas,
trámites de documentos que salpican
las cocinas y los saladores desiertos.
En las cavernas de mis ojos, frutos
desiguales que culminan en una zapatería
de moda, en un antiguo anaquel de biblioteca,
en estanterías de doseles apartados y quemados.
Por las salas de mis pies, trasquilones y páginas
de sucesos, ungüentos respiratorios y un sinfín
de máquinas despreciables. Es, en esta estancia,
donde se produce la abrasión de los minerales,
en que llamean los giros bruscos del torso,
donde se acicalan los espejos en busca de alguien-.
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