Me bebo tus infinitas caras de nieve,
vapor de ceniza intemporal
que amanece en mis ojos trasnochados.
Eres tú cien veces y cien más otredad,
cualquiera y solo tú.
La culpa es del desorden,
de los edificios que callan vuestras identidades,
de esta mesa apartada del resto de sillas y mesas,
del cuaderno viejo por estar al lado del cuaderno nuevo,
de estas conversaciones anquilosadas
en un plano donde las palabras
aguantaban su significado
por ser palabras, no por significar.
Si me palpo los nervios noto una huella de carne
recién llovida.
Si tú estuviste cerca no te vi.
Si tú estás ahora quiero verte,
o al menos deja una nota con la fecha apuntada
junto a un símbolo extraño
y una carita con una fisonomía divertida o reconocible.
O firma tu nombre con el lápiz afilado,
que las letras dibujen tu cara en graves trazos
y me obliguen a no olvidar ese rostro de grises.