Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - Su Rostro en el Sol - Parte Final~**

Si era el 1935, el año del abril bajo aquella primavera cuando comenzó un deseo y una embriaguez entre las venas dando ímpetu al deseo y al amor en cada respiro entre los dos. Y salieron a las afueras del bar en el jardín de aquel callejón redondo y vieron que el jardín dió unas rosas de abriles de la primavera del aquel 1935. Y que no volvería jamás cuando en el jardín se dedicó a ser fuerte como el imperio de un desastre casi inocuo, casi trascendental, casi perdido, pero, muy bien cosechado y sembrado. Cuando en el tiempo, sí, en el tiempo, sólo se cosechó como la vez primera en decir a él, a su amor el que acababa de conocer, que se llamaba así Federica Rosa, y él sin perezas de la vida le silbó en el oído, una frase de la rosa de ese jardín, la cual era…, -“Si eres tú como la rosa, no tendré cuidados si sus espinas duelen por amor…”-, y se fundió la pasión y la magia entre ambos. Y desde allí es que se ama a pulmón y sin razón y con una vesania inocua. Cuando en aquel momento se atrajo y se extrajo el amor en cada suspiro que se daba allí, cerca del bar y cerca del jardín. Como se perfiló el desastre de ver el cielo de tormenta esa noche de lluvia y de dolor, y todo porque yá se retiraba ella, de la velada tan romántica en que se conocieron los dos. Cuando en el destino se hechizó con locura y con tormento de una insania tan romántica y tan pasional como el haber ido tan lejos del aquel suburbio en querer amar lo que enredó un suspiro de un sólo respiro, en el cual, se dió como juntar el deseo de penurias y de adyacentes deseo, cuando en el albergue de su rico corazón se halló en la verbena y de una alegría trascendental. Y tan suspicaz fue el encuentro que se enamoraron ambos uno del otro enseguida. Y compartieron momentos ricos, de fracasos y de aciertos, pero, no, nunca de haber compartido también lo que ahogaría en un futuro a sus cuerpos, atrayendo un eficaz e inevitable tormento de un pobre porvenir. Cuando en el ocaso se perfiló el deseo, y más el desastre en hacer creer en el amor a todo imperio de sus ojos atrayendo al amor en caprichos exóticos. Cuando en el ocaso, se advirtió como la penumbra en sombras abiertas el deseo de ver el cielo en cada rosa de ese cruel jardín, si ella, Federica Rosa yá se había ahogado en el mar desértico. Cuando en el paraíso se hizo como el mismo imperio en los mismos ojos por delante del exótico y por el atrayente deseo, cuando en el ocaso se vió como los rayos del sol por delante del mismo tiempo, cuando el tiempo, sólo el deseo se convirtió en sólo un soñador. Y se dió como el ave vuela lejos desatando una ira tan soberbia, como el haber sentido, el calor dentro del ocaso, de ese deseo, y de sus rayos muertos y tan infinitos en el mismo cielo. Cuando en el aire se sintió como el suave desenlace dentro de ese mismo interior que le gritó salir de allí, de ese mar bravío. Cuando el sol, sólo cosechó lo bueno y a la rosa en el camino y más en ese jardín donde ella recordó esa noche, en la cual, conoció a ése hombre. Cuando en el desértico mar se automatizó la espera de ver el final y por más tenebroso, pero, tan real como la misma desesperación por salir de allí, cuando se ahoga su pobre vida. Cuando en el alma se dió como el ave vuela lejos, pero, sin saber que el destino era terrible y más mortal que una daga filosa. Cuando pasó el tiempo, se llevó una gran e inmensa sorpresa de que el mar estaba más picado y bravío que una calma sin tempestad. Si el mar indómito no se pudo dominar ni mucho menos controlar. Cuando en el aire se sintió como el mismo mal sin transigir ni exonerar esa vil muerte que yá llegaba su final de toda una buena vida. Cuando en el instante se debió de creer en el mal desenlace de ver el cálido siniestro de un mar álgido sin ver su cruel delirante delirio. Y como el escalofrío se automatizó la gran espera de ver el cielo en un sólo calambre en los pies y se sumergió por completo en ese mar frío y tan gélido como la misma noche fría que yá se avecinó. Y sin nadie ver ni sentir ni mucho menos escuchar los lamentos de Federica Rosa, y todo porque era como un paraje solitario por donde el mar llega al litoral de ese pedazo de tierra. Y mientras se sumergía en el mar abierto y picado, ella Federica Rosa, sólo recordó la frase que le dijo su eterno amor en el oído y que decía así… -“Si eres tú como la rosa, no tendré cuidados si sus espinas duelen por amor…”-, cuando en el suspiro cambió de repente, y logró salir de esa terrible muerte en el acto y se creyó sobrevivir, pero, fue una sola burbuja en que el mar alzó el cuerpo para flotar en medio de todo ese mar abierto y picado como el mar bravío. Cuando en el acto murió ella, Federica Rosa, y sí, marchitó todo aquel jardín cuando bajo la primavera de abriles cayó el sol en ocaso y no volvió a dar el mismo olor a rosas ni a las rosas sobrevivir de la cruel tempestad que se dió allí mismo. Cuando en el desenlace se dió y se petrificó como el mismo marchitar de todas esas rosas en el jardín de aquella primavera del ‘35. Cuando en el ocaso vió a su rostro pintado en el mismo sol, sí, su rostro en el sol, cuando se vió sumergida entre aquella corriente que le abrazó la vida. Cuando bajo aquella primavera se electrizó la forma más adyacente de creer en marchitar esas rosas que por primera vez se veían feas en ese jardín lleno por esa terrible tempestad. 

Y sí, era ése hombre, que yacía en el mar y tan muerto como la misma muerte, si se hacía más perenne cuando en el imperio de sus ojos se dió lo que más vería a su amor flotando por haber sucumbido y zambullido el cuerpo en ese mar abierto y picado. Y, ella, Federica Rosa, por salvar aquella vida, que vió dibujada y pintada entre sus pupilas como a aquellas rosas bajo la primavera de abril del 1935. Cuando en el arte del amor vió toda su vida junto a ése hombre que conoció en el mismo bar cuando lo amó intensamente. Cuando en el instante se debió de creer en el amor a toda costa, y sí, así era y fue hasta que por encomiendas del suburbio del corazón se bifurcó más en el mismo momento en que también marchitaron aquellas rosas en el jardín bajo esa primavera callada por un sol siniestro y tan cálido como cuando Federica Rosa lo vió por última vez. Y calló Federica Rosa, cuando intercambiando el amor en el corazón conoció a ése hombre, por el cual, amó perdidamente y locamente. Sí, con una vesania incoherente y con una razón yá perdida y se vió aferrada a un ocaso frígido. Pero, en realidad, ¿qué sucedió?, con su amor, ¿por qué estaba allí, flotando en el mar?, ¿qué hacía antes de hallar su cuerpo?, y ¿qué pensó él antes de nadar en ese mar bravío?, se preguntó ella Federica Rosa inconscientemente y desmayada por el mar bravío en su interior. Si se preguntó de todo, como si fuera un cruel destino y con un frío desenlace. Cuando en el interior de su cuerpo tenía mucha agua de mar, pues, había tragado mucha agua hasta ahogarse, pero, quedó algo, una lucecita, una bombillita o un final tan frío como el haber sido, como haber óbito bajo el agua del mar bravío. Fallecido bajo la manera más trascendental de un náufrago en pleno mar, ni siquiera fue alta mar. Cuando el aciago momento se ofreció como tan siquiera haber muerto bajo aquellas aguas del mar sucumbiendo y anhelando poder vivir si fue y era su amor, pero, qué pensó antes de naufragar, antes de haber caído en desenlace y en un final tan tenebroso como por haber muerto bajo aquel mar tan picado. Y Federica Rosa, se fue por donde se vá el sol en el mismo cielo. Cuando el veneno clandestino de su corta vida o la poca esperanza de haber vivido y por haber muerto siendo una moribunda flotando en ese mar abierto y con esa alta corriente que le atragantó la poca vida que le quedaba a su espera inesperada intensificó la mala espera de esperar por alguien y nadie llegó a socorrer su vida en ese mar. Si llegó la noche fría después de ese ocaso frígido y en tempestad porque llovía copiosamente en ese mar. Y vió la luna desnuda ese cuerpo muerto, flotando a la deriva y naufragando en el mar perdiendo la poca vida que tenía ella, Federica Rosa. Y fue su amor el que ella vió allí flotando en el mar atrevido, cuando en el suburbio de la mirada no se percató de que era él, su amor. Hasta que el mar la dejó de zambullir y quedó atrapada entre una ola de ese mar picado y lo pudo ver y observar, muriendo en el acto. Era uno y ahora eran dos en el mar muriendo en el acto por haber ahogado su cuerpo. Estirando la manera de ver y de ver ese sol en el cielo llegando la noche fría. Y fue la última vez que vió al sol, pues, su manera de atraer el concierto de burbujas y de espumas atragantó la forma de nadar y de querer sobrevivir en el acto y con una loca esperanza que se fue abajo, y que también se ahogare. Y con poca valentía fue bajo esa agua del mar, Federica Rosa, olvidando la fe en su Dios, y queriendo sobrevivir quedó tan funestamente ahogada. Y en la penuria del final, quedó en óbito. 

Si cuando los asesinos de John del Hum, tomaron los cuerpos en una embarcación cerca del acto en la noche fría de luna. Ella, Federica Rosa, estaba viva, y aún, sin sospechar que fue salvada por unos asesinos, los cuales, asesinaron a John del Hum, con un disparo en el corazón, por comercializar oro en esa embarcación, que se dirigía hacia el Mediterráneo. Hubo un gran e inmenso altercado entre los piratas y le infundieron un disparo en el corazón a John del Hum, cayendo fríamente de la embarcación esa tarde bajo aquella primavera de rosas cosechadas y sembradas en el jardín con ese sol de abril. Y ella, viva dentro de esa embarcación y con unos asesinos, sólo se vió aterrada bajo la luna de abril y tan álgida como el cielo añil mismo que se daba en esa noche de ahogamiento y de creer que estaría muerta. Cuando despertó en la madrugada, se volteó a la orilla de la proa donde permanecía su cuerpo semidesnudo, cayendo vacía, violada y desmayada a alta mar. Cuando no se supo más de ella, fue la última vez que su rostro vió los rayos de luna, sucumbiendo en un sólo trance sin percatarse de que no volvería su rostro en el sol, ni de ver al sol en su vida. Y Federica Rosa, fue aquella rosa prendida que luego marchitó dejando una estela de sensaciones frías sin saber que el delirio delirante fue esa primavera en la playa dejando marchitar con una cruel tempestad a las rosas de abril bajo aquel imponente sol en el cielo mismo. Y recordando por siempre la frase que la enamoró de John del Hum… -“Si eres tú como la rosa, no tendré cuidados si sus espinas duelen por amor…”-.



FIN