Llegaron a mí a modo de susurro, aunque de lejos resonaban gritos, palabras que no prometían futuro, que de sobra decían no ser el elegido. Con su voz temblorosa y cansada, y el rostro levemente enrojecido, de angustia mojaron mi espalda, vocablos tremendamente vacíos. ¡No quería, y no pretendía creerle! ¡La habría amado hasta la muerte! No debería haberla dejado marchar, sin ella, ¡jamás he vuelto a amar! Ahora, solo la abrazo con mis letras, ¡mi existencia continúa desierta! Y hoy, aún siento aquella necesidad, de amarla, de abrazarla, de besarla, de transportarla en todos mis sueños, y de que mis manos acaricien su cuerpo. Y como escalofrío en un terremoto, me quedé frío y muerto en vida, y con gran peso en mis hombros, la despedí con mi mejor sonrisa. Porque a pesar del absoluto daño, a una dama siempre se la respeta, y desde entonces cuento los años, para que a por mí, un día vuelva.